''Me despidieron de Coca-Cola y hasta mi mujer me abandonó''
 

Es mediodía, a pesar de que está nublado hace calor; parece que va a llover. Sentado sobre la banqueta, frente a una improvisada oficina de láminas, está José E. Rodríguez. Es Ingeniero Mecánico, egresado del Politécnico, tiene 52 años y se ve muy triste, no tiene trabajo.


Hasta hace unos meses fue uno de los responsables en una refresquera de Iztacalco, pero ha perdido todo. Nadie lo contrata pese a tener una experiencia de casi 30 años. Hoy, como cada tercer día, se para frente a esta oficina de la Delegación Venustiano Carranza en busca de cualquier trabajo.
“En noviembre me dijeron que tenía que ir a otra planta y empecé a trabajar en Tlalpan. Sólo fueron dos semanas. Ya habían hecho ese tipo de movimientos, De ahí me regresaron y al tercer día me retiraron el trabajo.


“Me liquidaron, pero mi ritmo de gasto era muy alto y se acabó. Busqué trabajo por todas partes. Viajé a varios estados y nada. Todos me conocen, me estiman, bueno, eso dicen, pero nadie me da trabajo, prefieren a los chavos porque no dan problemas ni se meten en asuntos sindicales. Mi esposa se fue y días después mis tres hijas. Ahora sólo busco trabajo para comer”, dice.


Se levanta y camina sin dejar de hablar hasta entrar al local de la “Bolsa de Trabajo” de la delegación Venustiano Carranza, saluda a las dos chicas que están dentro y comienza a revisar las ofertas pegadas en la pared, pero no hay nada para él. “He dado clases en prepas y secundarias, en universidades públicas o privadas dicen que no cumplo con el perfil y, pues, no hay chance”, comenta.
Sale del lugar y camina hasta las escaleras de una clínica del Seguro Social que está en Francisco del Paso, casi esquina con Lorenzo Boturini. Se sienta nuevamente. El ingeniero es moreno, delgado, tiene ojos verdes y el cabello corto. Usa saco gris, pantalón negro y camisa sport.


Continúa con su historia: “El 17 de julio cumplo 20 años de que me titulé como ingeniero, en Santo Tomás. Ya llevaba un rato trabajando en lo que hoy es la embotelladora de Coca-Cola en Iztacalco. Todo era de maravilla. Atrás de la Iglesia del centro de Iztacalco tengo mi casa, ahí vivía con mi mujer y mis hijas.
“Era perfecto. Tenía un buen trabajo y la confianza de muchos directores. Tenía un turno completo de producción bajo mi responsabilidad. Se hicieron los movimientos y me fui a la sucursal de Tlalpan. Me regresaron y a los dos días me corrieron que porque ya no cubría el perfil de la empresa.


“Los primeros días no importó. Tenía un buen dinero en la bolsa, mi coche y mi casa. Pensamos en poner una tienda o un negocio que diera para que mis hijas, una de 22, otra de 18 y otra de 10 terminaran de estudiar, pero se acabó pronto y no se pudo. Empezaron los problemas con mi mujer, nos pusimos el cuerno y se fue con uno de mis mejores amigos. Me deprimí por todo y después empecé a buscar trabajo. Nadie me daba, fui a Guanajuato, luego a Nuevo León y después a Jalisco y no hubo quien me dijera que sí.


“Luego vine a este módulo de la delegación. Aquí encontré trabajo en un par de primarias como maestro, luego en secundarias y prepas, pero en universidades no hubo por la edad. Ahora tengo dos mil pesos en la bolsa, no tengo trabajo, tengo todos los gastos encima de aquel ritmo de vida y estoy solo”.


El ingeniero se levanta y camina otra vez hacia el módulo de láminas. Nuevamente revisa con ahínco las listas de ofertas. No encuentra por más grande que es su esfuerzo.


“Vengo el viernes a ver si aunque sea de chofer o de mozo, no va a haber de otra, ni modo, eso pasa por ir a la escuela”. Se despide y se va.

 

Francisco Reséndiz

 

 

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Publicada en  La Crónica de Hoy  el  7 de junio  de 2004

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