Publicada en CNI en línea el miercoles 27 de noviembre de 2002
La hora de las armas
por Ciro Gómez Leyva
Cuernavaca, Teloloapan, Tacuba, en fin. Una misma fórmula: causa en
principio justa, más ilegalidad, igual a impunidad, y quizá a éxito. Que
gane el que tenga las armas en la mano
Hagamos cuentas. El lunes. Ya ese oscuro personaje de nombre Pedro Pablo
Urióstegui lo había advertido: el candidato que ganó las elecciones en
Teloloapan, Guerrero, no tomará posesión. ¿Por qué? Porque a Urióstegui y a
su gente no se les pega la gana. Punto. Las elecciones se celebraron el
primer domingo de octubre. Días después, Rosario Robles y la plana mayor del
PRD fueron a Teloloapan a darle ánimo al candidato ganador, Modesto Brito.
Llegó también la Policía Federal Preventiva. Ahí parecía haber terminado el
conflicto. Pero el lunes, seis días antes de la fecha en que Brito debe
tomar posesión, Urióstegui (con dos órdenes de aprehensión a cuestas) se
apareció como un demonio de la tierra caliente que capitaneaba a unos 200
priistas. Palos, machetes y algunas pistolas de por medio (esta vez
guardaron los AK 47) se metieron a la presidencia municipal. ¿Quién los va a
sacar? El argumento de Urióstegui y sus tlacololeros tiene el aliento CGH:
el espíritu de la puntada individual que se disfraza de “reivindicación
histórica”. Se les ocurrió esta vez que el Congreso estatal debe nombrar al
alcalde. ¿Por qué? “Porque no queremos que entre Modesto, queremos que el
Congreso local designe a otro, de donde sea, aunque venga de Francia”. Por
lo pronto duermen en el ayuntamiento. Con las armas en la mano.
La misma historia se escribe también al revés. Ocurrió también el lunes.
Gente del PRD, con sus respectivos palos, tomó el ayuntamiento de Cuilapan,
Guerrero. ¿Por qué? Porque no quieren que el alcalde que ganó las
elecciones, el priista Antonio Viliulfo, tome posesión. Vaya lío para el PRD
en esta hora de las armas. Debe exigir el desalojo de forajidos en
Teloloapan al tiempo que pide el respeto a “la voluntad popular” en Cuilapan.
Lunes inagotable. Según el jefe de la policía del DF, Marcelo Ebrard, con la
policía no se juega: si la vas a usar, úsala en serio, a fondo. ¿Quién la
usa a fondo, en dónde, cuándo? He ahí que un delegado, Arne aus den Ruthen,
patentó “robocops” para matar de miedo a los malos. Feroces, educados,
altos, fuertes, vestidos por Hollywood. Pero el lunes, en su estreno,
sucumbieron en Tacuba a la desorganización, las castrantes cámaras de video
y, desde luego, a las piedras, los palos, las botellas de unos vendedores
ambulantes transmutados en lo que en los años setenta se conocían como
grupos de autodefensa combativa. Uno escucha sus razones (reproducidas el
martes en cartulinas en una infinidad de puestos callejeros de la ciudad) y
pasan por impecablemente revolucionarias: somos trabajadores honestos que
sólo queremos trabajar, por lo que no podemos mantenernos inermes frente a
una policía que quiere robarnos nuestra única posibilidad de supervivencia.
Ebrard le desconectó sus “robocops” al delegado. Los ambulantes, mientras,
venden bufandas, juguetes, fayuca, discos piratas. Se han ganado ese derecho
con las armas en la mano.
Con camiones, camionetas y piedras más grandes, campesinos de Morelos
cobijados por el PRI cerraron 28 horas las carreteras México-Cuernavaca. El
lunes celebraron reuniones para festejar sus logros: se confirmó que
recibirán dinero de los gobiernos federal y estatal, situación que, por lo
mismo, les garantiza que nadie los perseguirá por haber violado la Ley de
Vías Generales de Comunicación. Apostaron a la ilegalidad y triunfaron.
Apostaron a que al afectar a cientos de miles de personas, a los gobiernos
(dirían los zapatistas) no les quedaría de otra que sucumbir a la presión.
Buen negocio. Negocio con la patente de las armas en la mano. El discurso de
los campesinos es igualmente social, entendible y atendible: caímos en
desgracia por causa de la desventura y el gobierno debe apoyarnos ante la
adversidad.
Es la misma historia que se repite una y otra y otra vez. ¿O no tenía razón
el CGH original en su lucha en defensa de la gratuidad de la educación
pública? ¿O no era un robo escandaloso quererle pagar siete pesos por
hectárea a los ejidatarios de Atenco para que le dejaran vía libre al nuevo
aeropuerto? ¿O no es justificado el movimiento de las señoras de Sonora que
bloquean los puentes fronterizos porque sus recibos de luz pasaron de 600 a
14 mil pesos?
La pregunta es qué sigue, qué va a pasar cuando el gobierno, los gobiernos
no se impresionen por un ayuntamiento secuestrado, o por una carretera
clausurada, o por unos
profesores sacados a golpes de un estudio de televisión. La fórmula es
tétrica: causa (en principio) justa, más acción ilegal, igual a impunidad (y
quizá a éxito). Resultado: el problema no se resuelve, la tensión se dispara
y el riesgo de una desgracia se potencia al cubo. Y como queda la impresión
de que no ocurrió nada, el fenómeno se repite. Porque se dirá que se
impusieron el diálogo y la política, porque “se tomó la opción menos mala” o
porque “no se podía hacer otra cosa”. ¿Qué hubiera hecho la Federal
Preventiva las noches del 11 y 12 de julio, cuando los campesinos de Atenco
tomaron a una docena de rehenes y amenazaban con quemarlos? ¿Quién y por qué
se atrevería a tocar a las señoras de Sonora que, en verdad, creen que no le
están haciendo daño a nadie? ¿Qué político hubiese ordenado el desalojo de
la México-Cuernavaca con tres helicópteros equipados con magníficas cámaras
como testigos, con medio millar de reporteros deseosos de contar una buena
historia de represión?
¿Qué ha pasado con nuestra democracia, incapaz de domesticar el conflicto?
Ahí están las imágenes, las secuencias de la hora de las armas que a todos
irrita. Tiempo en el que no se resuelve un solo problema. Ese momento
colectivo en que uno se pregunta qué sigue, hasta dónde vamos a llegar. Y se
maravilla de que la desgracia haya sido tan prudente.
|