Federico Berrueto
Bátiz contra Vicente Fox

Para entender al procurador Bernardo Bátiz hay que tener presente su pasado panista: casi tres décadas de militancia, secretario general, tres veces diputado federal y coordinador de la fracción, además de ser miembro y dirigente del Foro Doctrinario, corriente creada a fines de los 80, contraria a la postura negociadora de la dirigencia de Luis H. Álvarez, así como a la creciente influencia de los llamados neopanistas. En 1992, junto con otros correligionarios, renuncia a su partido para ser investido por el PRD, en 1994, candidato a Senador y, en 1997, diputado federal plurinominal.

Los datos revelan que no se trata de un jurista; tampoco es —tal como lo califica López Obrador— un “hombre bueno, incapaz de dañar a alguien, mucho menos la institución presidencial”, sino un destacado político con una trayectoria relevante en el PAN. Su salida resultó de su lucha infructuosa contra el panismo reformista y la corriente neopanista encabezada por Clouthier. Fue dirigente del grupo que invocó la pureza doctrinaria a manera de cuestionar a los dirigentes de entonces y a los empresarios pragmáticos y arribistas pero electoralmente eficaces, como Ernesto Ruffo, Francisco Barrio, Vicente Fox y Alberto Cárdenas.

El apego a la doctrina es lo propio del procurador, por ello se ha entendido con López Obrador, aunque ambos provengan de credos opuestos. La economía del poder no conoce de principios ni de ideologías. De cualquier forma, la imagen de Bernardo Bátiz corresponde, más que nada, a la de un cruzado, con todo lo que esta noción implica: Guerra Santa y la lucha contra el infiel.

Es evidente la inclinación de López Obrador de hacer de los jefes de policías sus alfiles para responder a la amenaza. A funcionarios sensatos y creíbles como el secretario de Gobierno, Alejandro Encinas, se les ha marginado al enfrentar el asunto de los videoescándalos. Al inicio, la tarea correspondió a Marcelo Ebrard en el noticiero televisivo conducido por Joaquín López Dóriga; ahora, es el procurador quien la hace de vocero, defensor político de López Obrador y, de paso, línea ofensiva contra el enemigo.

En realidad no se sabe quién utiliza a quién, Bátiz a López Obrador o viceversa, lo cierto es que a partir de los recursos y privilegios que le concede su condición de procurador, con singular beneplácito ha emprendido una suerte de revancha contra sus enemigos de origen: los negociadores reformistas representados por Fernández de Cevallos y los empresarios neopanistas personificados por Vicente Fox.

El procurador nada ha dicho de las indagatorias sobre el destino del dinero que recibió René Bejarano, tampoco se ha referido al delito que deviene de la violación de las reglas en materia de financiamiento de campañas, previstas en la legislación penal del DF y de las que hay evidencia suficiente para iniciar averiguaciones penales. Ha sido elusivo respecto a lo que encontró en los cateos a las oficinas del empresario Carlos Ahumada, pero sí pudo filtrar a la televisión imágenes que buscan vincularlo con la campaña presidencial de Fox, respaldadas por declaracio-nes del mismo procurador en las que no acusa ni prueba, pero sí involucra.

El problema de los cruzados no es la buena o mala fe, sino que su conducta nace del dogma, de la doctrina, de la convicción de estar en lo cierto. Están investidos de un complejo de superioridad moral que les hace ver a los demás, particularmente al enemigo del credo, un mal a combatir, a enfrentar con intransigencia, con todos los medios al alcance sin importar consecuencias, daños ni secuela. Su visión de lucha trascendente les permite vivir al día, porque su fuerza reside en la incapacidad de examinarse autocráticamente. La crueldad y sus atrocidades no son un diseño, sino un resultado que no merece consideración porque el carácter superior de su lucha todo lo absuelve.

Se equivoca Fox cuando dice que Bátiz es insidioso. López Obrador está más próximo a lo cierto: la maldad o el daño no son su propósito, éstos más bien son resultado inevitable de su perspectiva moral y de su posición frente al orden de cosas. También, hay que decir, que es incapaz de hacer el bien. En la actual circunstancia, combatir al crimen se ha vuelto una metáfora de Guerra Santa dirigida al adversario político. Por tal razón, es claramente distinta la vehemencia legal con que Bátiz combate a Döring y Fernández de Cevallos, así como a quienes han desertado al campo del infiel como Ahumada y Rosario Robles, respecto a Bejarano, quien es apreciado como una oveja descarriada a la que con perseveran-cia y paciencia hay que atraer nuevamente al camino del bien.

El procurador Bátiz está muy lejos de proceder por consigna; no es necesario. El jefe de Gobierno lo único que requiere es que actúe con apego a un código compartido de quiénes son los buenos y quiénes los malos, lo demás resultará por sí mismo. Tampoco es un funcionario temeroso o corrupto en el sentido de que sus decisiones sean gobernadas por la ambición económica o por el anhelo de enriquecerse. El procurador es un cruzado, y por tanto, incapaz de advertir la parcialidad que caracteriza su desempeño. Lo importante para él no es la justicia legal, sino su justicia moral y en ella, desde hace mucho tiempo, Vicente Fox y asociados han sido procesados y condenados.

mailto:fberrueto@mexis.com

 

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