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Publicada en Mexis el
28 de marzo de 2004
Federico Berrueto
Bátiz contra Vicente
Fox
Para entender al procurador Bernardo
Bátiz hay que tener presente su pasado panista: casi tres décadas de
militancia, secretario general, tres veces diputado federal y coordinador de
la fracción, además de ser miembro y dirigente del Foro Doctrinario,
corriente creada a fines de los 80, contraria a la postura negociadora de la
dirigencia de Luis H. Álvarez, así como a la creciente influencia de los
llamados neopanistas. En 1992, junto con otros correligionarios, renuncia a
su partido para ser investido por el PRD, en 1994, candidato a Senador y, en
1997, diputado federal plurinominal.
Los datos revelan que no se trata de un jurista; tampoco es —tal como lo
califica López Obrador— un “hombre bueno, incapaz de dañar a alguien, mucho
menos la institución presidencial”, sino un destacado político con una
trayectoria relevante en el PAN. Su salida resultó de su lucha infructuosa
contra el panismo reformista y la corriente neopanista encabezada por
Clouthier. Fue dirigente del grupo que invocó la pureza doctrinaria a manera
de cuestionar a los dirigentes de entonces y a los empresarios pragmáticos y
arribistas pero electoralmente eficaces, como Ernesto Ruffo, Francisco
Barrio, Vicente Fox y Alberto Cárdenas.
El apego a la doctrina es lo propio del procurador, por ello se ha entendido
con López Obrador, aunque ambos provengan de credos opuestos. La economía
del poder no conoce de principios ni de ideologías. De cualquier forma, la
imagen de Bernardo Bátiz corresponde, más que nada, a la de un cruzado, con
todo lo que esta noción implica: Guerra Santa y la lucha contra el infiel.
Es evidente la inclinación de López Obrador de hacer de los jefes de
policías sus alfiles para responder a la amenaza. A funcionarios sensatos y
creíbles como el secretario de Gobierno, Alejandro Encinas, se les ha
marginado al enfrentar el asunto de los videoescándalos. Al inicio, la tarea
correspondió a Marcelo Ebrard en el noticiero televisivo conducido por
Joaquín López Dóriga; ahora, es el procurador quien la hace de vocero,
defensor político de López Obrador y, de paso, línea ofensiva contra el
enemigo.
En realidad no se sabe quién utiliza a quién, Bátiz a López Obrador o
viceversa, lo cierto es que a partir de los recursos y privilegios que le
concede su condición de procurador, con singular beneplácito ha emprendido
una suerte de revancha contra sus enemigos de origen: los negociadores
reformistas representados por Fernández de Cevallos y los empresarios
neopanistas personificados por Vicente Fox.
El procurador nada ha dicho de las indagatorias sobre el destino del dinero
que recibió René Bejarano, tampoco se ha referido al delito que deviene de
la violación de las reglas en materia de financiamiento de campañas,
previstas en la legislación penal del DF y de las que hay evidencia
suficiente para iniciar averiguaciones penales. Ha sido elusivo respecto a
lo que encontró en los cateos a las oficinas del empresario Carlos Ahumada,
pero sí pudo filtrar a la televisión imágenes que buscan vincularlo con la
campaña presidencial de Fox, respaldadas por declaracio-nes del mismo
procurador en las que no acusa ni prueba, pero sí involucra.
El problema de los cruzados no es la buena o mala fe, sino que su conducta
nace del dogma, de la doctrina, de la convicción de estar en lo cierto.
Están investidos de un complejo de superioridad moral que les hace ver a los
demás, particularmente al enemigo del credo, un mal a combatir, a enfrentar
con intransigencia, con todos los medios al alcance sin importar
consecuencias, daños ni secuela. Su visión de lucha trascendente les permite
vivir al día, porque su fuerza reside en la incapacidad de examinarse
autocráticamente. La crueldad y sus atrocidades no son un diseño, sino un
resultado que no merece consideración porque el carácter superior de su
lucha todo lo absuelve.
Se equivoca Fox cuando dice que Bátiz es insidioso. López Obrador está más
próximo a lo cierto: la maldad o el daño no son su propósito, éstos más bien
son resultado inevitable de su perspectiva moral y de su posición frente al
orden de cosas. También, hay que decir, que es incapaz de hacer el bien. En
la actual circunstancia, combatir al crimen se ha vuelto una metáfora de
Guerra Santa dirigida al adversario político. Por tal razón, es claramente
distinta la vehemencia legal con que Bátiz combate a Döring y Fernández de
Cevallos, así como a quienes han desertado al campo del infiel como Ahumada
y Rosario Robles, respecto a Bejarano, quien es apreciado como una oveja
descarriada a la que con perseveran-cia y paciencia hay que atraer
nuevamente al camino del bien.
El procurador Bátiz está muy lejos de proceder por consigna; no es
necesario. El jefe de Gobierno lo único que requiere es que actúe con apego
a un código compartido de quiénes son los buenos y quiénes los malos, lo
demás resultará por sí mismo. Tampoco es un funcionario temeroso o corrupto
en el sentido de que sus decisiones sean gobernadas por la ambición
económica o por el anhelo de enriquecerse. El procurador es un cruzado, y
por tanto, incapaz de advertir la parcialidad que caracteriza su desempeño.
Lo importante para él no es la justicia legal, sino su justicia moral y en
ella, desde hace mucho tiempo, Vicente Fox y asociados han sido procesados y
condenados.
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