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Publicada
en Milenio Diario el 6
de septiembre de 2003
Epigmenio Ibarra
Verde, pero de coraje
Así ha de andar Jorge Emilio González
Martínez. ¿Y cómo no? Se le acabó el negocio. Ya no pagaremos los
contribuyentes los viajes en yate, los reventones en las discos, las
excentricidades del junior. Deberá abandonar la gerencia de esa empresa
familiar disfrazada de partido político a la que, con el mayor descaro,
solía poner a disposición del mejor postor en los procesos electorales. Si
la ley se cumple habrá de desaparecer de la vida política nacional al menos
uno de esos pillos que, para desgracia de nuestro país, son multitud. Y sin
embargo ahí estará, atrincherado en su fuero, cobrando sus dietas, las
regalías de su franquicia, por tres años más. Qué triste que la sentencia
del Tribunal no pueda ir más allá. Tendría que perder su escaño, ser
sometido a una rigurosa investigación y restaurar si fuera el caso aquellos
bienes cuya posesión no fuera legítima.
De la mano de Fox y sus amigos llegó al Senado. La victoria de la “alianza
por el cambio” engrosó la fortuna familiar y dio a este personaje insólito
influencia y poder suficientes para volver a vender caro su amor. Del brazo
de Roberto Madrazo —¿Dios lo crea y ellos se juntan?— acrecentó su presencia
en el Congreso y se hizo, claro, de unos cuantos millones más. El PAN y el
PRI, sus aliados, sus clientes, no podían entonces ignorar lo que era
público y notorio y sobre lo que el Tribunal ha dictado sentencia. Son pues,
ambos partidos, cómplices de esta estafa.
Que el Partido Verde era una empresa familiar, que la defensa del medio
ambiente era sólo una coartada, que no había democracia interna y que no se
respetaba en absoluto la voluntad de los militantes era bien sabido por el
entonces candidato del cambio. Vicente Fox y quienes dirigían su campaña no
mostraron escrúpulo moral o político alguno al establecer la alianza. Sabían
que los González Torres y su franquicia representaban un porcentaje de votos
importante y un presupuesto publicitario adicional que, dadas las
circunstancias de la contienda, no podía desdeñarse. Tampoco pusieron
reparos cuando se trató de traer dinero del extranjero, lavarlo y usarlo
ilícitamente en la campaña. Para sacar al PRI de Los Pinos decidieron actuar
exactamente como él.
Por eso, en la mejor tradición de la grilla mexicana, Fox decidió, instalado
ya en el poder, embaucar al gran embaucador. Sin el menor recato dio
entonces la espalda a su socio. El padre del Niño Verde se quedó sin su
prometida secretaría de Estado —un negocio menos para la familia— y la
alianza se vino abajo. A tiempo eso sí para fraguar un nuevo negocio con
otro socio que tampoco puede alegar inocencia.
Si Fox y los panistas utilizaron la franquicia ecologista —por llamarla de
alguna manera— para sacar al PRI de Los Pinos, ¿por qué no proponerle a los
mismos priistas que la usaran también para pavimentar su camino de regreso a
la residencia presidencial? Con esta lógica prostibularia, como regente de
burdel, el llamado Niño Verde tendió la mano a Roberto Madrazo y éste, sin
ningún recato, estableció la alianza. Madrazo, más afortunado que Fox, no
tendrá que pagar nada a su compinche. Eso, claro, en el supuesto de que
alguna vez hubiera pensado hacerlo. En todo caso, la sentencia del Tribunal
le ahorrará el trabajo de romper la sociedad.
Ciertamente es un escándalo que una familia defraude así a la nación. Que
haga de un partido político un coto privado. Que disponga de los fondos que
el Instituto Federal Electoral otorga por ley a los institutos políticos.
Que traicione a quienes de buena fe se han sumado a la organización creyendo
que realmente defiende ideales ecologistas. Que defraude a los votantes que
engañados por la propaganda acudieron a las urnas a votar por sus
candidatos. Jugar así con la voluntad popular, con el dinero de los
contribuyentes, con las legítimas aspiraciones democráticas de millones de
mexicanos es un crimen que debe ser severamente castigado.
Ya otros trataron de emular al Niño Verde. Registrar un partido político,
cobrar las prerrogativas, armar una estructura familiar y vivir fácilmente
es el sueño de otros delincuentes que, sin embargo, no han sido tan
afortunados. No han tenido el descaro, la suerte o los cómplices que
permitieran perpetrar con éxito la estafa. No tenían el encanto, el
atractivo que los verdes ofrecían a sus clientes necesitados de votos.
No sólo los delitos electorales cometidos por los Amigos de Fox y el
Pemexgate ensucian el proceso electoral del año 2000. También lo hace la
alianza establecida con la franquicia ecologista. Otro tanto sucede con la
“victoria” del PRI en la reciente contienda electoral. La alianza entre el
Niño Verde y Madrazo sólo puede explicarse por esta lógica de prostíbulo que
hace de la política y los políticos algo indigno. La transición a la
democracia —más allá de las promesas, de los discursos de autocrítica, de
los golpes de pecho— no tiene futuro alguno si la política sigue siendo
asunto de criminales.
La conquista del poder en una democracia no puede hacerse a cualquier
precio. No sólo importan los nobles propósitos de cambio que impulsen a un
candidato o a un partido. Importa también la forma en que se lucha y por
supuesto al lado de quién se lucha. Hacer de México un país más libre, más
democrático, más justo, implica mucho más que sentarse —como sea— en la
silla presidencial. Que caiga el Niño Verde, que se desenmascare a esa
oligarquía que engañó a la nación es necesario, saludable, urgente. Lástima,
insisto, que la sentencia del tribunal no pueda ir más allá. Alcanzar
incluso a quienes, con su complicidad, hicieron crecer esa empresa familiar.
Epigmenio Carlos Ibarra
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