www.lavisiondelciudadano.com
Publicada
en www.mileniodiario.com el 13 de julio de 2003
Antros, la búsqueda del placer
El antro es el
refugio ideal para el intercambio de besos y caricias al vapor.
Existen antros donde la decencia se
queda en el clóset e ingresa “la golfa” que toda mujer lleva dentro, cuenta
Minerva, de 17 años, quien gusta visitar esos sitios donde chavos y chavas
se la “pasan cool” por unas cuantas horas, sin necesidad de involucrar el
amor ni llegar a la amistad.
Por eso es importante adoptar una personalidad de ocasión, por aquello de
los nada gratos encuentros casuales con los amigos del individuo con quien
se intercambió, una noche cualquiera, besos y caricias elevadas.
“Porque no hay nada peor en el mundo que ir a ligar siendo una golfa fresa
que quiere huir cuando el tipo ya está bien prendido”, comenta Minerva,
quien asegura estar en contra de los llamados free fresas que sólo permiten
recorridos mínimos a los pechos, besos sabor a Coca-Cola light y cero
agasajo más allá del ombligo.
La onda no es esa, dice, sino atreverse a lo hipercachondo: permitir
exploraciones mayores por la breve e interna selva de los muslos... que no
siempre terminan en un acto genital.
Pero el acceso no es para todos; sólo “personal autorizado”, menciona
Minerva, tras recordar a Tony, su última conquista, un joven alto, fuerte,
de rostro hosco y cabellera larga atada a una bolita. Con él se divirtió de
lo lindo el sábado pasado, luego de convencer a sus padres de dejarla llegar
un poco más tarde, porque iba a celebrar con sus amigas el fin de curso en
el bachillerato.
“Sólo me cayó en la punta del hígado cuando su cuate de briaga y otras
dulzuras que se meten por la nariz le preguntó: ‘¿Qué onda, puto? ¿Y esa
zorra qué?’. Y él contestó: ‘Nada güey, una nalga para la emergencia. Paola
no quiso venir’. Se refería a mí, el muy pendejo. Me molesté mucho, me
pareció muy patán su comentario, pero ya estaba ahí. No había mucho de dónde
elegir y después de varias cervezas todo se olvida. Además él estaba muy
lindo”.
Bailes exóticos, fajes, cervezas, todo se combinó para que esa noche hubiera
con Tony no sólo un free sino un superfree. En esos antros, comenta Minerva,
no importa que no haya una mesa libre y todo sea en los pasillos, donde cada
cual se restrega a la nalga que se le antoja. Por eso es común ver cuerpos
pegados, deseosos de sentir mayor cercanía, hasta lastimarse la espalda
contra el barandal del pasillo.
“Yo en esos ambientes sólo deseo que el infierno se encienda, que sus manos
sean fuego y su boca loca me consuma... hasta decir “adiós”.
Pero una noche, recuerda, un grito la despertó de su hechizo. “¡No!, aquí
no”, exclamaba una chava que trataba de convertir sus manos en barreras de
defensa. “Cómo putas no”, le reclama un tipo aferrado a su cintura, tratando
de arrancarle el pantalón.
“El tipo estaba literalmente loco y nadie intervenía. Le pedí a Tony que
interviniera, pero me contestó ‘Nena, no es tu pedo. Ella se lo buscó, sabía
a lo que venía’. Sin duda esa chava sólo lo calentó, pero si una finalmente
no quiere, ningún güey te puede forzar”.
Para Minerva una regla de oro cuando se va a ligar en un antro es fijarse
con quién se va a tener un free o un superfree, aunque todos por lo regular
van en busca de lo mismo en sitios como Freedom, Looq, El menage
(Insurgentes) y El celo (Zona Rosa), donde, por cierto, se permiten hasta
triadas.
Encuentros juguetones
La forma de vincularse de Minerva es de lo más común entre los adolescentes
y jóvenes que gustan de los juegos eróticos y de la búsqueda del placer sin
mayor vínculo afectivo que obtener instantes de gozo. Son los bares y las
discotecas donde encuentran a otras personas igualmente interesadas en
intercambiar besos y caricias, por estar alejados de la mirada y del dedo
moralizador de una sociedad acostumbrada a reprimir lo sexual y cualquier
expresión natural del cuerpo, menciona María Antonieta García Ramos,
sexóloga y psicoterapeuta.
El antro, dice, libera a esos jóvenes, sobre todo a las mujeres, de ocultar
e inhibir su propia sexualidad, porque ésta sólo se puede ejercer dentro del
matrimonio. “Vivimos en una sociedad que ve con malos ojos que una mujer
exprese su propia sexualidad y erotismo porque, de hacerlo, se hará
acreedora de todo tipo de insultos y agresiones. Por eso muchas chavas que
van al antro se sienten liberadas de ser lo que otros quieren que sean,
piensen y digan. En otras palabras ejercen su libertad de pensamiento, de
expresión y de vivencia. Actos que son calificados por los de afuera como
propios de una golfa”, explica la sexóloga.
No son golfas, son libres
Para muchos padres de familia y adultos puede resultar alarmante y
vergonzoso que sus hijas o las del vecino, tenga encuentros eróticos
ocasionales. Nada más alejado de la realidad. Toda acción de libertad que se
ejerce con responsabilidad, es por añadidura un acto moral.
Hacer lo que otros quieren para evitar ser juzgada, provoca por lo general
frustración y desasosiego, mucha tristeza y rencor. Buscar placer por el
simple hecho de tener placer es tan válido como casarse por amor.
Se ha comprobado, dice, que la búsqueda del placer por el sencillo hecho de
obtener placer no es algo malo ni deleznable; por el contrario, dota al ser
humano de bienestar y de alegría. Por supuesto, aclara la especialista, no
se trata de fomentar ningún tipo de conducta en los adolescentes,
sencillamente es algo que sucede en los antros y está más allá de cualquier
explicación patológica.
Prender el boiler no significa bañarse
El hecho de que una adolescente acepte juguetear con alguien que le pareció
atractivo no la obliga a terminar en la cama de nadie, sostiene María
Antonieta García Ramos.
Lamentablemente, en sociedades machistas como la mexicana, que concede todo
el poder al varón para que obtenga por la fuerza lo que quiere, fomenta
muchos actos de violencia tanto en el interior de los antros como en la
misma calle.
“Si una chava faja con alguien, pero decide terminar el juego porque se
aburrió o ya no le interesa, está en todo su derecho de dar por concluido
ese encuentro”. Pero se han dado casos en los que el otro no acepta; por el
contrario, se enoja e intenta someter. Aquí estamos ante un cuadro evidente
de violencia y eso es lo que no se debe tolerar. El respeto hacia la
decisión del otro es lo que debe predominar en todo tipo de encuentro, sea
ocasional o formal.
Blanca Valadez, Ciudad de México
|