Esto es verdad

RELATOS SENCILLOS DE LA VIDA COTIDIANA

 

¡Déjame que te platique!, hace poco tiempo por azahares del destino o tal vez no fue el destino, volví a pasar por la vieja casa que me enchinaba  el cuerpo solo de verla. ¿qué de que hablo?  Es algo muy raro pero que a lo mejor podríamos compartir tu y yo, tal vez también te ha pasado algo similar.

 Existe una calle en la grandísima, impresionante, monstruosa y al mismo tiempo bellísima ciudad de México,  para no ir más lejos se llama Euzkaro, seguro la conoces o has pasado por ahí, no soy muy buena para ubicar calles pero  creo que inicia en Av. Politécnico o Montevideo y termina en Ferrocarril Hidalgo, después de este punto cambia de nombre y se vuelve eje vial,  pero cuando hace muchísimos años pasábamos  por ahí era algo angosta, una de esas callecitas en las que había casas muy bonitas de más o menos el estilo de finales de los 50’s e inicio de los 60’s, pero prefiero no decir cuantos años tenia en ese entonces para que mi amable lector no saque cuentas, pero digamos que estaba yo chiquilla.

Recuerdo que esta calle era muy tranquila, pocos autos circulaban por ahí,. pero al ir avanzando los años y  por ende el tráfico, se volvió muy transitada, tanto que en la actualidad en el trayecto de 10  ó 12 manzanitas puede uno perder hasta 30 minutos, es  ligeramente ancha en su primer bloque, pero conforme avanza se vuelve tan angosta como la recuerdo de pequeña. Como acabo de mencionar no son muchas calles pero son  de las pequeñas, de las de antes, pero siempre muy limpias “según recuerdo”, parece que los vecinos tenían muchas reuniones porque siempre había letreros de “no tires basura”, “cuida tus fachadas”, “cuida tus jardines”, “no dejes que tus hijos peligren”, etc.,así que era una bonita colonia. 

Lo curioso era que cuando llegábamos a pasar por ahí, que no era muy frecuente e íbamos dando vuelta para entrar en la calle, mi corazón se aceleraba y las manos me empezaban a sudar, me llenaba de una extraña ansiedad, nerviosismo  y cuando llegábamos al punto, le pedía a mi papá que disminuyera la velocidad, lo cual no hacia siempre pues pensaba que estaba media loca.  Mi punto de atención era una casita blanca de dos pisos, flanqueada por dos sendas residencias, muy elegantes y con grandes ventanales y protectores en las mismas de esos muy garigoliados, la otra mas modernista pero del estilo y la casita blanca foco de mi atención, se veía que en su momento había sido una residencia más o menos de gente acomodada, pues bien, volviendo a lo que platicaba, tenía dos ventanas en la parte superior con pequeños balconcitos y rejas negras y cristales estilo francés, de esos de cuadritos pequeños. Abajo también había dos ventanas del mismo estilo sin balcón y una puerta en medio, negra,  también pero de esas que en la parte superior rematan con un arco con cristales y  se puede apreciar parte del techo interior de la casa, no había garage. Estaba pintada de blanco pero la fachada era como rústica, de esas que parece que les avientan el cemento y queda burdo y grueso pero que no se ve mal.  Pues pasábamos por ahí y yo me quedaba como hipnotizada viendo hacia la casa,  no sabía que esperaba, si ver a alguien salir o entrar pero mi deseo era entrar yo  en ella y buscar ¿Buscar qué?  No lo sé.

Pasaron los años y en mi adolescencia seguí teniendo la misma sensación, nerviosismo, palpitaciones, manos sudorosas y una especie de morbo, incluso mi hermana me sugirió alguna vez que nos detuviéramos y tocáramos la puerta a ver que sucedía pero por diversas razones nunca pudimos hacerlo. Hacíamos divertidas conjeturas y otras no tanto, “a lo mejor ahí viviste en alguna de tus reencarnaciones”, “el muerto te llama y ahí hay dinero para ti”, y la más descabellada:  “tal vez en el pasado eras una joven que vivía ahí, te enamoraste de alguien, te enfermaste y moriste y ahora quieres pedirle a alguien que busque a tu antiguo amor”,”tu antiguo espíritu ya te ubicó y quiere reunirte con tu novio que ya debe estar muerto” o  “no, a lo mejor te asesinaron y clamas venganza y ahora tu reencarnación se siente atraída”, etcétera, ¡Vaya truculencias!

 Como les venía contando, el paso del tiempo causó estragos tanto en la colonia, la calle y las casas, empezaron a derribar algunas y a reconstruir otras, pero la casa blanca de fachada como enyesada seguía igual, solo que ya lo blanco era gris o color mugre, alguna vez al pasar vi que estaban derribando algo y mi corazón casi se detiene, entonces detuve mi auto y vi que era la casa de junto, intente bajarme en un arranque de valentía para tocar la puerta que ahora se veía deslucida y vieja y un foco amarillento iluminaba la entrada, la verdad se veía medio tétrico pero el claxonazo del conductor detrás de mí me quitó la intención y me arranque con la firma decisión de que la próxima vez sí lo haría.

Volvió a pasar el tiempo y la colonia cambio definitivamente y ya casada y con hijos adolescentes volvía a pasar por ahí, ¿misma sensación!, les comenté a mis hijos que venían conmigo y mi hija más aventurada que yo me dijo: ¡Párate mami, vamos a ver!  Mi hijo se resistía y nos decía que estábamos locas y que él  de ninguna manera nos secundaría, pensé que si no había tráfico (lo cual era casi imposible) me bajaría a ver.  Por fin llegamos y noté que habían hecho un pequeño jardincillo en la ancha banqueta, tal vez por iniciativa de las dos hermosas residencias que flanqueaban la casa, así que me pude subir a la banqueta, pero ¡oh, desilusión!, solo se veía la fachada con algunos polines que la detenían, ahora se veía mas triste y derruída, la parte de arriba había desaparecido por completo y ahora aparecía de una sola planta y una sola ala, el foco más amarillo todavía se notaba lleno de polvo y telarañas y cuando estábamos en la puerta decididos a tocar, casi me hecho a correr y mi hija asustada, me siguió, pero....., nadie abría la puerta, regresamos y volvimos a tocar y ahora sí, dije, no me muevo, ¿paro que voy a decir? Algo se me ocurrirá,  nos asomamos y alcancé a ver un pasillo lleno de tierra y escombro y al final un cuartucho con un foco encendido, a pesar de que eran como las 4 de la tarde. Traté de empujar la puerta, pero no cedió, volvimos a tocar y nada, nadie salió.  Por una de las derruidas ventanas se podía ver mejor, así que empujamos el plástico y pude ver lo que quedaba de una habitación con piso de algo que en tiempos gloriosos debió haber sido  mármol, de ese blanco con terrones grandes, lo que quedaba de una chimenea con adornos, se notaba que  había sido una habitación acogedora y elegante seguramente la sala, testigo de reuniones familiares, fiestas y posiblemente hasta velorios.  Solo esa habitación o lo que quedaba de ella llamo mi atención, me sentía extraña y reconfortada pero de pronto mi hija me hizo la observación de que tenía los ojos llenos de lágrimas ¿Porqué lloras mami?, me preguntó: ¡no sé dije! Pero tenía unas ganas inmensas de llorar y le dije ¡Vámonos, lo que vine a buscar, ya no esta aquí!, ¿cómo lo sabes? Me dijo. ¡Solo lo sé! Le conteste.  Y  ante los gritos impacientes de mi hijo,  nos retiramos sin saber nada. Nadie nos abrió, pero pensé: ¡ya no importa!,  La próxima vez que me estaba acercando, ya estaba lista a bajarme y a derribar la puerta si fuera necesario tan solo para saber el nombre de la familia que ahí vivía o vivió.  Pero  ¡Dios mío, en el mismo lugar de mi casa blanca se erguía una taquería, toda pintada de verde y con grandes letreros. Sentí una enorme desilusión y unas ganas inmensas de llorar, nunca más sabría, ni quien vivió ahí, ni porque de mi extraño sentimiento.

Moraleja de la historia, nunca te quedes con las ganas de investigar tus corazonadas. Tal vez no sea nada importante pero por lo menos no te quedarás como yo, con la duda de qué era lo que me impresionaba tanto de la “casa blanca con herrajes negros”.

 

IRMA SUSANA

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