Esto es verdad

RELATOS SENCILLOS DE LA VIDA COTIDIANA

 

¡Déjame que te cuente algo! Hoy me sentí nostálgica.  Que difícil es dejar de acostumbrarse a las cosas que te gustan y sobre todo que descubras que te gustan cosas que para la mayoría de la gente pasan desapercibidas,  incluso durante toda mi vida no me percate de que me causara tanta alegría algo  y de tener la certeza de que lo voy a extrañar, -tal vez todavía lo disfrute un año más-  y después solo quedará en mí el  recuerdo de esta vivencia como algo muy bello y que cada vez es menos común.

Cuando descubrí que algo tan - aparentemente - simple me podía conmover tanto, me extrañé de poder tener esta sensibilidad, pero déjame iniciar mi relato:

Para mí fue muy agradable descubrir que no tenía que dar un rodeo tan grande para poder asistir a mis clases de aeróbicos, es casi media hora de camino entre automóviles, gente y casas.  Por eso cuando me di cuenta de que existía una brecha que atravesaba casi desde la puerta de mi casa hasta  el lugar donde tomo mis clases y que me ahorraba veinte minutos de recorrido, me alegré mucho; la gente me dice que esta feo y que me expongo a que me den un susto, pero si salgo con suficiente claridad todavía hay gente y de hecho ya me saludan las pocas personas con las que me topo, - además esto lo hago en la época de primavera, verano y todavía aprovecho algo del otoño, pero ya en invierno mejor lo evito pues obscurece muy temprano -  pero continúo:

El camino que utilizo es  una brecha por la que afortunadamente no transitan automóviles y  en la que hay una o dos casuchitas y de ambos lados sembradíos de temporal.  Todo inició un día todavía soleado y con un aire más o menos fuerte, acababan de sembrar maíz y las plantitas tímidamente apenas asomaban, me pareció muy tierno ver este espectáculo después de que vi la cosecha levantada y amontonada, fue rapidísimo como quitaron el escombro y sembraron para la nueva temporada.

Un día me asome por mi ventana para saber que usar antes de salir, pues así como se nubla, sale el sol en todo su esplendor, pero ese día especialmente estaba haciendo  un fuerte viento  y verdaderamente era una belleza ver aquellas plantitas que ya habían alcanzado una estatura de aproximadamente 50 cm. que mecidas por el viento - a veces suave y de repente con ráfagas muy fuertes - se asemejaba a un pequeño e interno mar, adquiriendo diversas tonalidades de verde, desde uno suave y tierno hasta uno fuerte y seco, pero me pareció que verdaderamente ondeaba como si fuera agua que ondulaba. Y caminé entre esta agua sintiendo una paz que me relajó enormemente.

Así fueron pasando unos pocos días y de pronto me di cuenta que esa tierna matita se había convertido en una rama fuerte y firme como si de ser un bebé ya se hubiesen  convertido en  niños traviesos que se divertían jugando con el viento.  Nuevamente pasaron los  días y cada vez me gustaba más pasar entre ellos,  me eran familiares de repente se empezaron a forman bultitos en esa vara firme y dura, como cuando a los adolescentes se les empiezan a desarrollar y a redondear sus formas, ya estaban muy altas y de un bello color verde. Para mí fue sorprendente como ese bultito crecía cada día más y más me parecía el primer embarazo de una mujer en el que cada momento es una experiencia nueva y preciosa y que nos lleva de asombro en asombro.  Como poder describir  mi asombro cuando empecé a notar que de ese abultamiento emergía un suave bello, ya dorado en unas, ya negro en otras, pasando por tonos  rojizos y pardos en aquellas otras,  se me figuraban  púberes montes de Venus a los que les empieza a nacer un tierno velloncito cuando están dejando la niñez para entrar a la adolescencia era verdaderamente enternecedor verlos o al menos a mí así me lo parecía.  Súbitamente y al correr de los días ese abultamiento se había tornado en verdaderos bultos, parecía que de un momento a otro iban a reventar las tiernas hojas todavía de un bello verde que las sujetaban y ese vello ya se había convertido en una hirsuta pelambrera, ahora me parecían mujeres mostrando sus partes nobles sin ningún recato.

Y llegó el momento en que de ese pelambre emergió - como la cabeza de un recién nacido - una tierna mazorca que iba desarrollándose un poco cada día, sentí lástima por esa vara que abrigaba de 8 a 10 mazorcas  pues parecían mujeres en un trabajo de parto lento, lentísimo y doloroso, me imagine ese dolor como el de una madre a la que no le puede nacer el hijo y que ya esta medio dentro y medio fuera, que ya no se le puede practicar una cesárea y que tiene que pujar con todas sus fuerzas para que su hijo nazca.   Así estaban estas plantas, en un pujido constante de horas, de días, de semanas, hasta que por fin ¡ahí estaba! en todo su esplendor, con sus granos entre blancos y amarillentos coronados con una larga cabellera, lacia y suave,  los hijos de la planta, ¡los elotes!, bellos, firmes y adivino que deliciosos, invitando a arrancarlos para poder saborearlos.  Pero aún cuando veía que los chiquillos se los robaban para llevar a sus madres algo con que completar la escasa comida, yo no me atreví nunca a tomar uno, ¿no sé aún porque?, tal vez me dolía arrancar esa vida que vi crecer poco a poco.

Y seguí disfrutando mis travesías vespertinas entre los elotes, compartiendo el zumbido de los mosquitos y de algunos insectos que en mi vida había visto pero que no me causaban ningún temor.  A veces llegaba deprimida a los ejercicios pues era común ver como la gente pasaba entre las plantas pisándolas sin misericordia, me dolía verla tronchada y con sus mazorcas en el piso, desperdiciadas como si a la gente no le importara destruir esa vida. 

Poco a poco el verde que tanto me gustaba se fue volviendo pardo hasta volverse casi en un color dorado tenue, pálido, aún así, ya casi secas tenía una belleza extraña y que me seguía gustando.  Ya casi no había ninguna mazorca, una por aquí, otra por allá, tal vez olvidada cuando se realizó la cosecha.  Tengo entendido que todo eso se ocupa, pero a ciencia cierta no lo sé.

De repente el campo apareció en mis ojos liso, plano; ya habían levantado la cosecha.  En otros años eso me hubiera alegrado mucho, pero ahora no, porque sé que mucho de ese terreno lo van a utilizar para construir algo, algo frío y seguramente de concreto, ¡sin vida!, seco y estéril.

Todavía no entiendo como la gente no disfruta el sentir la suavidad de pisar sobre la tierra directa o sobre una suave alfombra de pasto, fresca, suave y olorosa, sin horribles intermediarios  como  el concreto. 

Pero es el precio que tenemos que pagar por el “progreso”, por la “modernidad”.  No sé, tal vez algún día me vuelva a cambiar a un lugar en donde me encuentre rodeada de naturaleza verde y no de horribles edificios. Un lugar donde vuelva  a respirar el aroma dulzón de las plantas y el olor a tierra mojada.

IRMA SUSANA

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