Andrés Manuel: dos
años y una consulta ¿Alguien puede negar los índices de popularidad del jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador en la ciudad de México?¿quién pondría en duda las legítimas ambiciones del tabasqueño de buscar la presidencia en el 2006 y de estar generando desde la capital la estrategia que lo lleve a esa posición, lo que ninguno de sus antecesores ha logrado?¿quién dudará de que en el próximo e inútil ejercicio de este fin de semana, López Obrador ganará por amplísimo margen la consulta telefónica que él mismo ha organizado para que se vote por si se va o se queda? Lo que sucede con Andrés Manuel es paradójico pero también ejemplificador. La consigna de López Obrador sobre "la ciudad de la esperanza" puede parecer hasta naif, pero lo que está haciendo es vender expectativas, aunque los logros en los ámbitos en los que se generan esas expectativas sean escasos. Los problemas de la capital no se han modificado en absoluto y muchos han empeorado: la inseguridad sigue siendo la mayor preocupación y el más grave problema que debemos afrontar en la ciudad de México. Es verdad que con Marcelo Ebrard ha habido avances en la operación policíaca y, por lo menos en la intención de transformar las cosas, pero no es suficiente. La decisión de contratar a Rudolph Giuliani le permitió al jefe de gobierno generar expectativas, hacer acuerdos con los sectores que pagarán el contrato de Giuliani y, de paso, hacer un link con uno de los políticos republicanos más importantes fuera del ámbito de Bush (y Andrés Manuel sabe que, de cara al 2006 el visto bueno del establismenth estadounidense no es necesario sino imprescindible). El caso de la familia Narezo y la historia de Orlando Magaña, han mostrado, como ocurrió con la contratación de Giuliani, cómo las "historias de éxito" (si es que luego éstas no se revierten) pueden distraer de la atención pública los problemas profundos, reales que generan la inseguridad. La corrupción y la eficiencia gubernamental tampoco han mejorado. Sí se debe reconocer que ni en el caso de López Obrador ni en el de la mayoría de su equipo cercano, existe una sola denuncia seria de corrupción o malos manejos. Pero cuando se baja a las delegaciones, incluyendo a muchos jefes delegacionales, la situación cambia dramáticamente y cuando se aterriza en las ventanillas de trámites, cualquiera puede comprobar que, como no se ha mejorado en la eficiencia administrativa, la corrupción no sólo no ha disminuido sino que ha aumentado. Un ejemplo: en el programa de remplacamiento, quedan unas 300 mil placas desaparecidas y nadie sabe dónde están ni cómo o cuándo van a ser entregadas. No sólo ellas, la de los automóviles nuevos tardan meses en ser entregadas a sus propietarios. El tema de las vialidades es otra demostración más de ese manejo de la imagen, los temas y las expectativas. Andrés Manuel no tuvo el apoyo para construir los segundos pisos, pero los disfrazó de distribuidores viales y siguió adelante, y ha anunciado que continuará con ese proyecto el año siguiente. No me opongo a los segundos pisos: en realidad es una obra necesaria, pero ¿dónde está el plan de vialidad para la ciudad de México y su zona conurbada?¿pueden los segundos pisos solucionar la problemática vial de la ciudad?. Por supuesto que no, pero al concentrar todo en el debate de los segundos pisos se ignora la verdadera dimensión del problema y de alguna forma se logra ocultarla. Lo mismo sucede con las manifestaciones que dañan un día sí y el otro también la vialidad en la ciudad: la gran mayoría de esas demostraciones son apoyadas por el propio PRD y vienen de todas partes del país y por los objetivos más diversos. El hecho es que en uno de sus primeros bandos, el jefe de gobierno había anunciado que prohibiría los bloqueos a las vías de comunicación e incluso se hizo una consulta telefónica en ese sentido que abrumadoramente votó porque es evitaran los cierres a la circulación y los bloqueos viales en la ciudad. Jamás se ha aplicado ese bando ni se ha respetado el resultado de esa consulta.
El ambulantaje tampoco ha sido tocado. Lo que se ha producido es una
cooptación de antiguas organizaciones de ambulantes que estaban muchas de
ellas ligadas al PRI (como la de Alejandra Barrios) y que ahora están, como
muchas de taxistas, bajo la influencia del PRD. En ese sentido la Nueva
Tenochtitlan, la organización de colonos que encabezan el ex secretario
particular (y ahora responsable electoral del PRD en la capital) René
Bejarano y su esposa, la delegada en la Cuauhtémoc, Dolores Padierna, se ha
destacado por incorporar a muchos de esos grupos y ser privilegiado a la
hora de la distribución de lugares, sobre todo, obvio, en la propia
delegación Cuauhtémoc. Por cierto, esa misma organización es de las grandes
beneficiarios de los programas de vivienda del gobierno capitalino (y al
mismo tiempo, de los más importantes invasores de terrenos en la ciudad). La pregunta que todo mundo se hace es cómo, con tantos problemas, López Obrador puede mantener esos índices de popularidad. Probablemente es como dicen Ciro Gómez Leyva y Sara Sefcovich: cómo no va a tener apoyo si todos los grupos organizados pueden hacer lo que quieren y salir beneficiados aunque la ciudad en su conjunto no lo sea. O, como dicen otros analistas, porque se combina la buena relación con los grupos de poder en la superestructura y el trabajo clientelar por la base. Es verdad, pero también se debe ir más allá: Andrés Manuel ha manejado muy bien la agenda y las expectativas: suelta los temas de a poco, de uno a la vez, cuando fracasa en uno o tiene problemas como con las placas o los segundos pisos, desplaza la atención hacia otro tema (fue cuando se abrió el capítulo Giuliani) y en ese marco se van generando expectativas. El problema es que tarde o temprano las expectativas se deben cumplir: López Obrador deberá darle forma a esas expectativas, regresarlas a la realidad porque está demostrado que, cuando éstas crecen demasiado y no se cumplen, viene la decepción y la caída es rápida y demoledora. Ahí está el ejemplo de Carlos Salinas de Gortari. Pero, además, se debe insistir en un punto: la popularidad de Andrés Manuel es tan amplia porque no tiene oposición. Comprendió al inicio de su administración que si seguía enfrentándose con el presidente Fox su imagen se deterioraba, entonces optó por diferenciarse sin entrar a enfrentamientos. Pero en la ciudad, López Obrador no tiene ningún opositor de calibre ni en el PAN ni en el PRI. Ninguno de esos partidos ha colocado dirigentes o figuras de primer nivel en la ciudad para tener siquiera capacidad de interlocución con López Obrador. Y sin oposición es mucho más fácil gobernar.
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