El PRD ha perdido en cuatro semanas el capital político de una década. De igual manera el Verde. El Gobierno de la Ciudad de México está casi exclusivamente dedicado a defenderse de la descomposición que anidó dentro de él durante varios años.  Desconfianza y desaliento van de la mano cuando nos preguntamos por el quehacer político de AMLO y el nene verde. Aquellos en quienes algunos todavía confiaban, se han mostrado tan deshonestos como los personeros de la vieja política a quienes decían combatir. Lo que se ha revelado en videos, denuncias y golpeteos mutuos, no es la existencia de comportamientos ilícitos en algunos personajes de la elite política, sino la inoperancia de los mecanismos de supervisión que podrían haber atajado esas conductas.

 

Lo peor no es que el tesorero del Distrito Federal se paseara en Las Vegas, presumiblemente con dinero de nuestro impuesto predial o de las tenencias de automóviles, tampoco, que el antiguo operador político de López Obrador (AMLO) llegara al despacho de Ahumada para abastecer el portafolios hambriento de dólares, ni que varios delegados formaran parte de la corte de secuaces que ese empresario construyó, con una porción mínima de la fortuna que de manera tan veloz y cuantiosa acumuló en nuestro país. Lo más lamentable ha sido la ineficiencia de los dispositivos institucionales y jurídicos, pero también políticos, para fiscalizar el desempeño de los funcionarios del Gobierno de la Ciudad de México a cargo de AMLO. Lo peor es la insuficiencia que hasta ahora ha tenido la aplicación de la justicia en esos casos. Es grave que Gustavo Ponce haya desviado fondos como se presume que lo hizo durante algún tiempo y en montos crecientes. Pero también lo es el descuido o la complicidad de su jefe inmediato AMLO ante esas prácticas. Y es inexcusable que el secretario de Finanzas haya estado desaparecido durante tantos días.

 

AMLO negligente o implicado. Una de dos. Si Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no sabía de los fraudes de los que ahora está acusado su ex tesorero o de la costumbre de René Bejarano para recibir dólares ajenos, entonces no está enterado de lo que ocurre en su entorno más cercano. Ese enorme descuido indicaría que no sabe coordinar, y mucho menos, vigilar a sus colaboradores de primera línea. Y si no se entera de lo que ocurre a su alrededor, menos aún puede esperarse que esté al tanto de lo que sucede en la ciudad de cuyo gobierno es responsable o en el país que aspira a gobernar. La otra posibilidad sería que, a diferencia de lo que ha dicho, el jefe de Gobierno sí haya estado enterado de los presuntos desvíos de fondos de su secretario de Finanzas y de los negocios sucios de su ex jefe de campaña y ex secretario particular. Esa es la hipótesis más abominable, pero no se puede descartar.

 

El comportamiento de AMLO durante las semanas recientes ha sido de tenaz y prácticamente culposo ocultamiento de los hechos relacionados con la corrupción alrededor de él. Desde el primer día después de que se conocieron las irregularidades en el desempeño del secretario de Finanzas, López Obrador (AMLO) se obstinó en señalar que se trataba de un complot contra él y su administración. Cuando exhibieron el video en donde René Bejarano se embolsa los dólares de Ahumada, el jefe de Gobierno insistió en que había una conspiración contra su candidatura presidencial. Después del video en donde aparece Carlos Imaz con sus bolsas del supermercado, AMLO se lanzó a preguntar quién estaba organizando esa campaña para descalificarlo. El jefe de Gobierno ha preferido reiterar ese clamor antes que reconocer que su secretario de Finanzas hacía trampa, que su ex secretario particular era corrupto y que su control sobre esos colaboradores suyos era inexistente. AMLO no ha ofrecido la menor autocrítica. En cada una de sus cotidianas peroratas ha pretendido colocarse como víctima de una persecución, sin admitir los numerosos errores que lo han colocado en esa circunstancia.

 

Día tras día, en cada una de sus reiteradas declaraciones públicas, AMLO ha pretendido tender una cortina de humo que disimule la corrupción en su gobierno. Al parapetarse en ese alegato, elude lo más importante en estos episodios: la existencia de actos de corrupción, el paradero hasta ahora incierto del dinero que recibían personajes como Bejarano e Imaz, la ineficacia de los controles administrativos que deberían evitar desvíos como los que perpetraba Ponce y en qué medida AMLO estaba enterado de esos negocios sucios.

 

Con el comportamiento esquivo al que ha reducido su discurso y el conjunto de su actividad política, AMLO no sólo se muestra poco apto para la responsabilidad que espera ganar en las urnas dentro de dos años. Además, al esforzarse en ocultar los temas principales tras el manto de la presunta conspiración, AMLO actúa, en la práctica, como cómplice de Ahumada, Ponce, Bejarano y el resto de sus allegados involucrados en esa red de corrupción. A cada uno de esos personajes, AMLO ha tratado de restarles responsabilidades legales y en algunos casos políticas. Peor aún, a Bejarano prácticamente lo disculpa.

 

El jueves siguiente en la conversación que tuvo en el noticiero de Joaquín López-Dóriga en el canal 2, el jefe de Gobierno dijo, con todas sus letras, que Bejarano había cometido un error. Ahora resulta que llegar con el portafolios vacío al despacho de un empresario de controvertida fama pública para llenarlo de dólares, constituye un descuido. A menos que López Obrador quiera decir que el error de Bejarano consistió en recibir el dinero de una manera tan rudimentaria y sin cerciorarse de que no hubiera cámaras que registraran sus vergonzosas negociaciones. Sólo cuando López-Dóriga lo presionó, AMLO admitió que su ex secretario particular incurrió en un acto de corrupción. Pero todo, había dicho, se debió a una equivocación. La versión que ha concebido AMLO le resta responsabilidad, incluso, al empresario corruptor. López Obrador admite que Carlos Ahumada es un tramposo. Pero cuando afirma que ese negociante no era más que un alfil en la trama diseñada por un personaje más conspicuo, Ahumada resulta ser el instrumento y no el maquinador de los episodios de cohecho que hemos contemplado. Lejos de cualquier autocrítica, AMLO se encierra en una autocomplaciente recriminación a las fuerzas malignas que, dice, lo quieren escarmentar. No es la claridad que suele surgir de la verdad, sino la oscuridad que favorece a la confusión lo que propicia el político tabasqueño. La imprudencia con que enumera a los supuestos confabulados en su contra, sería más evidente si AMLO no encontrara tanta condescendencia en los medios y en el resto de la clase política.

 

Aunque uno de los saldos de esta temporada es el distanciamiento entre el jefe de Gobierno y varios de los medios de comunicación más importantes, en muchos de ellos aun se le sigue tratando con escaso espíritu crítico.  Gracias a ello López Obrador se da el lujo de inculpar sin pruebas, descalificar sin otro sostén que su interesado estado de ánimo y, así, de enturbiar aún más el panorama nacional. AMLO ha señalado como fuentes de esos documentos visuales al CISEN de la Secretaría de Gobernación, a la PGR, al senador Fernández de Cevallos. Entre los malévolos que lo hostigan ha incluido a la Casa Blanca, la DEA y la CIA.  Mientras más perversas sean sus trayectorias, más idóneos le parecen esos organismos como fuente del acoso que dice experimentar. Y por supuesto, implica al ex presidente Salinas.

 

AMLO ha venido construyendo, sin pruebas, una historia distinta a la que todos presenciamos en los videos.  No ofrece explicaciones que justifiquen la conjura que habría sido capaz de cohesionar a actores políticos tan distintos como los que ha identificado en su contra.  La única motivación sería que todos ellos quisieran detener su camino a la Presidencia de la República.  Pero aun así, la supuesta alianza de sus enemigos sigue siendo inverosímil.  Lo que ocurre es que a AMLO le gusta considerar enemigos suyos a quienes no están incondicionalmente de acuerdo con él. Así hace con los medios de comunicación. Si un periódico publica notas que le resulten incómodas, en vez de responder o aclarar esa información, intenta descalificar al medio en donde apareció. A partir de esa fobia a la discrepancia, sostiene que Reforma es de derecha o propaga fabulaciones que nunca ha demostrado acerca de La Crónica.  La tesis de la conspiración a cargo de personajes y medios, como los antes enumerados, se desploma cuando se le compara con la otra historia detrás de los videos: la versión que todos hemos visto y que AMLO quiere encubrir con toneladas de palabrería.  

 

Esa historia es la de la corrupción en su partido y, especialmente, entre sus colaboradores más cercanos.  Lo que no menciona cuando recita la retahíla de personajes del gobierno federal, del viejo régimen y del espionaje internacional a los que identifica en su contra, es que antes que cualquiera de ellos, las maquinaciones más importantes fueron las que condujeron al tesorero, al ex secretario, a los delegados, a la ex dirigente y quién sabe a cuántos más, a procurar el dinero fácil pero comprometedor de los sobornos y los desfalcos. Esa es la verdadera conspiración que le ha perjudicado a AMLO.  Ese es el asunto del cual se niega a dar explicaciones.  En vez de ello, persiste en crear una nube de retórica y locuacidad. Al inventar fabulaciones que en otro contexto serían risibles e infantiles, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se comporta como si fuera culpable de algunos de esos delitos.

 

AMLO es un corrupto comprometido con los sobornos y los desfalcos.

Ahora si los mexicanos queremos justicia!

 

Comunicación: fj@lavisiondelciudadano.com

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