La irresponsabilidad del Peje

 

Los electores no solo esperamos que nuestros gobernantes sean probos, sino que también tengan buen juicio al momento de nombrar a sus subordinados, esa es su responsabilidad.  Importa poco si AMLO es honesto si es incapaz de percatarse de que a su alrededor se cometen tropelías sin ton ni son; López Obrador puede ser honesto y valiente, pero no puede gobernar solo, así que tiene que estructurar un equipo de trabajo.  Un gobernante no es solo responsable de sus actos, sino también de los actos de sus subordinados.  Usted pudo haber votado por AMLO, pero usted no eligió a Bejarano o a Ponce como funcionarios del GDF, ellos fueron elegidos por AMLO, esa elección fue su responsabilidad y si la honestidad está solo en la cabeza del gobierno, queda como mero adorno.  Esa responsabilidad es la que AMLO no quiere reconocer.  Él es perfecto, los errores son ajenos a él.  En otros países donde la democracia está consolidada, ante escándalos de este tipo hay políticos que reconocen su responsabilidad al haber depositado en personas equivocadas una función pública, porque eso hace que pierdan la confianza de sus gobernados y hasta renuncian, pero López Obrador quiere seguir siendo inocente.  ¿Usted puede creer que alguien empleó a un reconocidísimo pillo –desde sus tiempos priístas- como su secretario particular y operador político sin descubrir su verdadera naturaleza?  Lo bueno vendría después, el jueves 11 de marzo, cuando después de anunciar que presentaría pruebas del supuesto complot en su contra, el peje nos salio con una batea de babas, ni pruebas ni nada, solo su versión de los hechos, puro rollo, apoyado únicamente en dichos de sus propios colaboradores.  Parece el cuento del traje del emperador, viven en su mundo feliz ignorando la realidad.

 

El “complot” y mi participación en él.

 

Después del jueves caí en la cuenta que yo también participo en el complot contra el Pejelagarto.  Aunque no haya pruebas contundentes –que al parecer ya no son necesarias para acusar a alguien–, soy sospechoso de atentar contra “el derecho a la esperanza del pueblo mexicano”.  Soy parte del complot.  Yo y cualquier otro ciudadano que no le profese una ciega adoración al jefe de Gobierno.   Yo y cualquier otro periodista, académico, político, o ciudadano de a pie, que haga señalamientos críticos contra su forma de gobernar, su endeudamiento, su desprecio por la legalidad, su populismo, su mesianismo, su falta de transparencia, o el placer que parece experimentar por humillar la inteligencia ajena.

 

Conspirador es cualquiera que no aplauda a rabiar sus gracejadas, y es peor aún el que sí aplaude a rabiar la emergencia de los videos como arma anticorrupción.  Confabulado el que le exige no desviar la atención pública, y es peor aún el que además le exige que aclare qué fue del dinero que sus muchachitos metieron al maletín negro, y a las bolsas del saco, y a las bolsas del súper, y a las bolsas del Bellagio.  Conjurado el que sospecha que López Obrador conocía de esas operaciones, y es peor el que sospecha que si no conocía de esas operaciones entonces es un gobernante tonto.  Traidor el que espera pruebas, peor aún el que las exige.

 

Pero claro, es que Salinas está detrás de nosotros.  Y si no es Salinas es Marta Sahagún.  Y si no es Marta Sahagún es el Cisen.  Y si no es el Cisen es la DEA.  Y si no es la DEA es el Bellagio.  Porque todo mundo debe saber que el Bellagio es un hotelucho cualquiera a cuyos gerentes cuentachiles (o cuentaligas) el tal Carlos Ahumada puede sobornar con 45 mil dólares –o menos–, con el fin de obtener unos VHS grabados desde las cuatro esquinas del blackjack.  Alguien está detrás, preparando venenos en la cocina, afilando cuchillos en el garage, vieograbando pobres legisladores, delegados y secretarios prófugos, comprando consciencias mientras escribe diarios y entona alegremente “la culebra”... porque quieren otro Colosio.

 

Definitivamente: hay un complot.  Y es que esperar que sean la ley y las instituciones las que resuelvan estos episodios es, para López Obrador, el resultado de una intriga sin nombre, de un deseo inconfesable para destruirlo, de un ardid de la derecha para quitarle plumas al gallo, una maquinación de sus enemigos políticos, una conspiración en la que participan hasta los constituyentes (bueno, sus fantasmas, porque hace bastante que pelaron habas).  Y es que ser amigo de la ley y de la transparencia es ser enemigo de López Obrador.  Como el apoteótico autoproclamado eje del bien: “si no están conmigo, están contra mí”.  Porque el Peje se ve a sí mismo como el héroe de la historia: “la esperanza soy yo”.

 

Así, cualquiera que señale o cuestione al Pejelagarto, cualquiera que exhiba a sus apóstoles comportándose como verdaderos viles Dimas y Gestas, sólo puede ser calificado como un Judas.  La culpa no es de Bejarano ni de Ponce y mucho menos de López Obrador: es de Salinas, del Cisen, del imperialismo yanqui, o de la mamá de Fox.  Pero sobre todo, la culpa es nuestra, de los críticos, por robarle a México “el derecho a la esperanza”... ¡No mam**!  Ni modo, lo confieso: así, yo también soy parte del complot.

 

Colofón. 

 

La mejor solución del peje, fue convocar a los capitalinos al Zócalo para volver a contarles su versión de los hechos y posiblemente logró convencer a miles de personas, lastimosamente, ante las pruebas habidas y su choro sin evidencias, su base de honestidad valiente ha quedado reducida a corrupción cobarde, con un cierto toque de autoritarismo, lo que ya no cae de extraño en el ahora conocido como “el peje Chávez”.

 

Comunicación: fj@lavisiondelciudadano.com

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