La noche del 6 de julio del 2000, una
muchedumbre congregada en el Ángel de la Independencia de la Ciudad de
México le gritaba, le vociferaba a Vicente Fox, entonces candidato
presidencial triunfador: “¡No–nos–falles!, ¡No–nos–falles!”. Y les
falló...
Acuso al Presidente de la República de no haber sido, hasta ahora, el
estadista que México requería en un gobierno de transición, después de 71
años de la dictadura imperfecta del régimen de partido de Estado. Acuso al
Presidente de haber desperdiciado los primeros (valiosísimos,
irrecuperables) tres años de su gobierno. Lo acuso de generar un cambio
sin esencia, saturado de frivolidades semánticas. Lo acuso de encabezar
una triste y superficial alternancia empantanada en el anecdotario de sus
ocurrencias (y las de sus colaboradores, encabezados por su esposa,
Marta). Lo acuso de haber tardado dos años y nueve meses en elaborar el
mejor discurso de su estéril mandato, pieza oratoria pronunciada quizá ya
muy tarde. Ante el Congreso de la Unión, el Presidente dijo el lunes
pasado: “México no opera hoy bajo la lógica de un régimen autoritario”.
No, hoy opera sin ninguna lógica, a la deriva, con las velas arriadas, en
el desperdicio de los vientos que trajo el anhelo de cambio, ráfagas que
se extinguieron ya con la llegada del sopor de la inmovilidad política que
estimula en muchos la desmemoriada añoranza, el deseo de una regresión.
“No ha habido atropellos (...) ni víctimas de la transición”. No, porque
no ha habido transición. En una transición, tenía que haber habido
víctimas: aquellos que abusaron, que saquearon, que reprimieron, que
asesinaron, que engañaron, que simularon. Se requerían víctimas. Y no, no
con la pisada opresora de las botas. Con la inteligencia del liderazgo
sustentado en la legalidad. Con el poder que da la legitimidad electoral.
Con la imaginación y la creatividad de un visionario que echa mano de los
fierros que le brinda la democracia para ajusticiar sin sangre a quienes
pisotearon los derechos humanos y el Estado de Derecho una y otra vez. Los
dejó vivos, sin neutralizar su codicia de restaurar el orden
preestablecido. Y ahora: “No están a la orden del día conflictos
inmanejables”. Eso —¡eso!— su autismo político. Todo el México político
heredado de aquellos a quienes exculpó es hoy un gran foco rojo. “He
instruido a mi equipo a privilegiar la política para ubicarla en la
posición de mando que le corresponde, hasta convertirla en el eje rector
de gobierno”. La política fue lo que devoró al Presidente: nunca supo
atisbar en ella, entenderla, seducirla, usarla, gozarla, porque,
simplemente, nunca la estudió. “El ambiente político está congestionado”.
Así es. Usted lo congestionó, señor Presidente, porque nunca entendió que
aquellos a quienes usted sacó de Los Pinos a patadas, lo detestan. Y han
hecho —sutil o abiertamente— todo por destruirlo. Y lo seguirán haciendo,
debido a una conveniente razón: creen que les funciona. Ya lo vio: ¿les va
a desaforar a un senador involucrado en el Pemexgate? ¡Es la guerra!,
amenazan, y ya no habrá más acuerdos ni reformas. “No se trata del
gobierno, sino del país”. ¿Ya ve cómo no entiende? Para ellos, el país es
el PRI. El PRI en Los Pinos. Usted echado a patadas de Los Pinos. Punto.
“No será jamás interés de mi gobierno preservar ni restaurar viejas
prácticas políticas. Tampoco lo será colapsarlas, sin acordar previamente
las nuevas reglas para su relevo”. Ahí lo tiene usted sintetizado todo: su
gobierno (con todos, y lo subrayo: todos sus mediocres colaboradores) ha
sido el de la estabilidad: no se atrevió a cambiar nada: el poder, le dio
vértigo. “El tiempo apremia”. No, ya se le fue. “Si fallamos, el reclamo
no sólo estará justificado: será histórico”. Ya falló. Y ahí estuvo ya el
primer reclamo, en las urnas, el pasado 6 de julio. “Este informe ha sido
(...) el reconocimiento de una transición inacabada”. Así es, por eso, yo
lo acuso: por no haber encabezado la transición, por no haber aprendido a
ser un estadista, y por haber perdido esta irrepetible oportunidad
histórica. Le quedan dos años y medio. A ver...
Juan Pablo Becerra-Acosta