Fue mi padre quien me introdujo al mundo del Piporro.  Nacido en Torreón, Coahuila, mi papá gustaba mucho de la música en general, pero le encantaba escuchar las versiones que el Piporro hacía de muchos temas populares o de la interpretación de sus propias composiciones y se carcajeaba abiertamente con los dichos y ocurrencia que el personaje colocaba a media canción, rompiendo con cualquier trato solemne que tuviera la historia que interpretaba.  Por mi padre también conocí sus películas y comencé a influenciarme –como muchísima gente- de su curiosa personalidad.

 

Personajes como Don Eulalio hay pocos.  Era de esa clase de personas que conoces perfectamente sin necesidad de conocerlo en persona.  Era un hombre que no tenía máscaras y que no separaba a la persona del actor.  ¿Fue Don Lalo quien definió al Piporro o fue el Piporro quien terminó por absorber al hombre que lo interpretaba?  A mi parecer, la primera opción es la correcta y es ahí donde radica su encanto, cuando el Piporro se expresa como una extensión de la personalidad de Eulalio.

 

El Piporro no era exactamente un gran actor, y me refiero a que no interpretaba un personaje diferente en sus películas, sino por el contrario, todo el círculo, el argumento se creaba en torno al ya conocido personaje, el norteño dicharachero y vacilador que no por eso perdía su valentía para enfrentar los obstáculos o su carácter de enamorado, lo mismo en una nave interplanetaria que en un pueblo sometido por un cacique.  No hay que olvidar que no obstante lo anterior, el señor recibió premios y reconocimientos como actor y argumentista, además de innumerables premios por las altas ventas de sus discos, así que mi apreciación puede ser muy cuestionable, aunque lo más importante era que al terminar de ver alguna de sus películas o escuchar alguna de sus canciones, irremediablemente el espectador o el escucha terminaba con una sonrisa en el rostro.

 

Hace dos o tres años cuando revisaba el departamento de libros en un Sanborns me encontré con su “Autobiogra..¡ajua! y anecdo...taconario” que adquirí más rápido que inmediatamente y qué libro más agradable.  Haga usted de cuenta, lector, que el propio Piporro le está narrando su vida a su muy personal estilo y con sobradas anécdotas que nos transportan a otras épocas con un disfrute tal que nosotros lo estuviéramos viviendo, además, sin rencores, sin hablar mal de nadie y tratando de no omitir por igual a la enorme cantidad de amigos y compañeros que lo acompañaron a lo largo de su vida; inusualmente agradable fue el descubrir el enorme cariño que Don Lalo tenía para su esposa, sus padres y sus hijos, detalle muy desacostumbrado en nuestros tiempos.  Si tiene oportunidad, cómprelo, que el libro vale cada peso que pague por él. 

Y finalmente la situación puede no ser tan trágicaEl Piporro se ha ido, pero queda no solo su recuerdo, sino su voz, su música, sus películas como un legado que seguramente seguirá influenciando a las nuevas generaciones.  Queda su ejemplo como persona, sin enemigos, sin envidias, lleno de amistades, alguien de quien todo mundo se expresa bien, con aprecio y con cariño.  Además, ¿qué mejor forma de morir que pasar del sueño nocturno al sueño eterno, sin agonías y sin sufrimientos, satisfecho de estar activo hasta el último día de su vida?  ¡Descanse en paz, Don Eulalio!  Celebre su reencuentro con sus padres y su querido compadre David Reynoso, que tenga por seguro que aquí la redoba seguirá sonando por mucho tiempo y como usted decía, ¡Qué siga el taconazo!  ¡Ajúa!