¿Usted se acuerda de un director de cine bastante feo y obeso que cuando ganó el Óscar dijo que se avergonzaba de ser estadunidense y que en lugar de recibir abucheos, despertó una impresionante ovación entre el público?

Era Michael Moore y puso a temblar a más de uno con sus declaraciones en una ceremonia salpicada por la guerra, los excesos de seguridad y Salma Hayek.

¿Pues qué cree? Su película, Masacre en Columbine ya se está exhibiendo en diferentes plazas de nuestro país y urge que usted la vaya a ver antes de que la saquen de cartelera por no tener herramientas comerciales para competir contra Terminator 3 y La maldición del Perla Negra.

¿Por qué? Porque pocos filmes son capaces de despertar tantos sentimientos encontrados alrededor de nuestros vecinos del norte.

Cuando uno sale de ver Masacre en Columbine siente tanta lástima por los habitantes de Estados Unidos, pero al mismo tiempo siente tanto odio, tanta vergüenza, tanta rabia.

Masacre en Columbine es un documental que habla sobre la violencia en los Estados Unidos. Así de simple, así de complicado.

Michael Moore nos lleva por una serie de ciudades, entrevistas, cifras y noticias insólitas, pone el dedo en la yaga en más de una ocasión, y hace tantas denuncias que si el señor viviera en algún otro rincón del mundo, ya estaría muerto y su película, enlatada.

Como su nombre lo indica, esta cinta le dedica una buena parte de su estructura a aquellos adolescentes que sin motivación aparente fueron a comprar armas al súper, tomaron su escuela, mataron a varios de sus compañeros, hirieron a otros y que luego se suicidaron.

Pero Masacre en Columbine no sólo habla de ellos, también habla del niño de seis años que le robó su pistola a un tío, que la llevó al kinder y que a media clase asesinó a una de sus compañeritas ante la mirada atónita de su profesora.

Las imágenes son monstruosas, pero necesarias, y si usted piensa que esto es lo más fuerte de este filme permítame decirle que no. Lo peor es todo lo que hay alrededor de este tipo de noticias y el manejo de los medios de comunicación.

Por eso es bueno el trabajo de Michael Moore, porque en lugar de hacerle un homenaje a las víctimas o de querer robarse la taquilla con escenas de sangre, va al origen de las cosas sin importarle las consecuencias.

El director nos muestra lo sencillísimo que es comprar un arma en los Estados Unidos y la pasión que sienten millones de norteamericanos por sus rifles y pistolas.

Imagínese usted que la película comienza con un banco donde a los clientes, cuando abren una cuenta, en lugar de regalarles una alcancía, un boleto para la rifa de un carro o un relojito de pulsera, les regalan una carabina de verdad.

Y ahí, en medio de la sucursal, con otros clientes formados para pagar la luz, la ejecutiva encargada de abrir las cuentas le hace entrega del arma y si usted quiere, hasta la puede probar.

Luego vienen los comerciales de juguetes bélicos y los grupos de culto donde se muestra a mascotas armadas posando para fotos “tiernas” y a mujeres en tanga sobando rifles para unos calendarios súper absurdos.

Cuando uno escucha a esas madres de familia justificando la existencia de pistolas en sus cocinas, definitivamente no sabe ni qué pensar.

Esa gente dice que la policía le hace los mandados y que no hay nada más seguro que uno mismo mate a quien se le ponga enfrente.

¡Y son ciudadanos del primer mundo! ¡Seres privilegiados en muchos sentidos!

Masacre en Columbine es muy fuerte. ¿Sabía usted que después de esa matanza, la asociación de defensores de las armas fue a hacer un congreso a Columbine para proteger el derecho que tiene cualquier ciudadano estadunidense de tener cuantas pistolas y rifles quiera y de llevarlas y traerlas como quien carga una lata de Coca-Cola?

La película tiene escenas de ése y de otros congresos, y los discursos son hiperpeligrosos. ¡Con decirle que esos monos hasta se avientan sus chistoretes sobre las ganas que pueden sentir de matar a quien les caiga mal!

Y no estamos viendo ninguna ficción de mal gusto. Estamos viendo un documental, una película sin maquillaje.

¡Qué cultura tan más enferma! Por un lado, los familiares de los muertos de Columbine, atacados de la ira. Por el otro, los de la asociación del rifle, haciendo una fiesta.

Atrás, los medios de comunicación inventando frases ingeniosas para jalar rating y adelante, una campaña de tolerancia cero para niños y adolescentes.

A una criatura de seis años no la dejaron entrar a la escuela y la suspendieron varios días por llevar un cortauñas a la primaria. A otra, la expulsaron por jugar a las pistolitas con un nugget de pollo.

Y en la tienda K–Mart de enfrente, cualquiera de esos niños podía comprar tantas balas y tantos dulces como se le diera la gana. ¿Usted puede creer eso?

Por cierto, la parte del K–Mart es durísima. Sin que nadie se lo esperara, Michael Moore lleva a los sobrevivientes de Columbine, esos chavos lisiados de por vida y con varias balas compradas en K–Mart en el cuerpo, a devolver la mercancía.

No le cuento nada porque espero que usted vaya a ver Masacre en Columbine, pero la escena, sin ser ficción, es digna de El caso Silkwood, El síndrome de China, Norma Rae, Erin Brokovich y otros filmes clásicos del activismo social de los Estados Unidos.

¡Si usted escuchara todo lo que los ciudadanos estadunidenses comunes y corrientes dicen en Masacre en Columbine! Le echan la culpa de la violencia a los negros, al cine, a South Park y hasta a Marilyn Manson.

Lo que nunca se imaginaron era que el director iba a ir a entrevistar a uno de los creadores de South Park y a Marilyn Manson y que ambos resultaron ser unas eminencias de lo más cultas e inteligentes.

Marilyn Manson tiene razón, a él, que nunca ha matado a nadie, lo ven como ejemplo de violencia pero al presidente de Estados Unidos, que ha sido responsable de la muerte de miles de personas en todo el mundo, no.

El mismo día de la tragedia de Columbine, Estados Unidos bombardeó Kosovo y es impresionante que, mientras el presidente anuncia lo de Kosovo con una frialdad que ofende, a la hora que habla de Columbine casi se le humedecen los ojos por la indignación y el desconcierto.

Y luego lo del racismo. ¡Qué descaro! Tanto o más como lo que pasa cuando el señor Moore entrevista a los productores de televisión.

Esos hombres y mujeres dicen demasiadas barbaridades y hacen cosas peores.

Hay un segmento de esta película dedicado a Charlton Heston que es como de terror.

Nuestro “querido” Moisés de Los diez mandamientos es toda una fichita. Haga de cuenta un líder de esos grupos que matan a los negros y a los hispanos, pero sin capucha.

Qué buena película es Masacre en Columbine porque además del contenido, que es como para quitarle el hambre a cualquiera, tiene una técnica espléndida.

Las texturas van y vienen, hay una animación que narra la historia de la violencia en Estados Unidos en el mejor estilo del canal Locomotion, llamadas reales a las líneas de emergencia, lo que se grabó en las cámaras ocultas de la cafetería de la escuela de Columbine, datos, viajes.

Es un gran trabajo que vale la pena promover. Búsquelo en cartelera, espérelo o pídalo porque ese documental no sólo es capaz de hacernos reflexionar sobre la vida en Estados Unidos sino también sobre nuestra propia vida.

¿Qué diría Michael Moore si viniera a México, a Nuevo Laredo o a Ciudad Juárez a hacer el mismo ejercicio? ¿Cuáles serían las imágenes, las declaraciones y las consecuencias? ¿Cuáles?
 


Álvaro Cueva

 

 

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