Hoy por la noche se cumplirán diez días del inicio del ataque de Estados Unidos, Gran Bretaña y España en contra de Iraq y, en su brevedad, la crisis provocada por los aliados arroja ya saldos y lecciones interesantes como dolorosas y peligrosas.

Uno. La justificación de los aliados para agredir a Iraq no aparece y, en esa medida, George Bush comienza a girar su pobre discurso.

Las supuestas armas biológicas, los agentes químicos y la capacidad de construir armas de exterminio masivo con las que el régimen iraquí presuntamente amenazaba a Occidente no aparecen. El revés político, diplomático y social que ese fiasco le supone a Bush, Blair y Aznar ha hecho girar el discurso y el objetivo del "ataque preventivo". Ahora, ya no se trata de "desarmar" a Iraq sino de "liberar" a su pueblo de la dictadura de Saddam Hussein. Así sea a misilazos, los aliados están urgidos por darle un carácter "humanitario" a la invasión que llevan a cabo.

Si el discurso del desarme se cayó desde el momento en que Colin Powell pretendió engañar al Consejo de Seguridad presentando viejos documentos como contundentes pruebas, el nuevo giro del discurso se ve amenazado por la disputa del negocio supuesto en la reconstrucción del país que todavía no acaban de destruir.

La descalificación que los aliados hicieron sobre los inspectores de Naciones Unidas que comandaba Hans Blix rueda por tierra, junto con el argumento del "ataque preventivo".

La agresión no encuentra disfraz. El giro en el discurso supone una derrota.

Dos. El discurso de la "liberación" del pueblo iraquí se ve amenazado por dos factores: la duración de la agresión, la tragedia humana supuesta en él y el cada vez más insostenible rol de las grandes corporaciones y agencias de información de Estados Unidos y Gran Bretaña.

Conforme se prolongue el ataque "liberador" y los grandes consorcios de comunicación estadunidenses y británicos mantengan su asociación con los intereses militares, la credibilidad de éstos -como ya ocurre- se irá desmoronando para dejar el campo de la información a medios marginales o estrictamente a la propaganda. De hecho, el fenómeno mediático de este ataque ya no es Peter Arnett solo en Bagdad transmitiendo para CNN, el fenómeno esta vez es la televisora Al-Jazeera que, mediáticamente, le ha asestado un fuerte revés al aparato propagandístico de los aliados.

La censura, la propaganda y el engaño forman parte de la estrategia militar, eso se sabe desde hace mucho, pero la autocensura de la que ahora hacen gala medios y agencias estadunidenses a la postre terminará siendo un boomerang. En un mundo globalizado, el control de la información resulta un tanto quimérico. La disminución de derechos tan apreciados como el de libertad de expresión, sin duda sacude conciencias en los mismos Estados Unidos.

Si la "liberación" de Iraq se prolonga, esos medios y agencias no podrán sostener la alianza mediático-militar y, visto que no han podido ocultar la información en la medida que quisieran, tendrán que desertar de ella para ver si pueden recuperar el espacio y la credibilidad que comienzan a perder. La deserción de los medios sería una derrota más de los aliados. Las asépticas imágenes de los bombardeos quirúrgicos que supuestamente sólo dañan edificios públicos, comienzan a teñirse del rojo de la sangre que empaña y enlutece al televisor.

El discurso británico sobre "la decencia humanitaria" para no transmitir imágenes de los soldados aliados muertos, tiene un incontenible tinte demagógico.

Tres. Si bien las primeras setenta y dos horas del ataque a Iraq fueron auténticamente una práctica de tiro con misiles sobre Bagdad, los días posteriores se han convertido en una pesadilla para los aliados.

El Estado Mayor de las fuerzas iraquíes rápidamente entendió que, frente a la evidente desventaja tecnológica que tenía, su única oportunidad era bajar a la fuerza invasora de los aviones y los tanques. Entendieron, así, que dentro de las ciudades podían neutralizar la capacidad tecnológica de los aliados y llevarlos a un combate más tradicional. Llevando al invasor a las ciudades se neutralizaba relativamente al bombardeo aéreo y se disminuía su desarrollado equipamiento tecnológico terrestre (a campo abierto).

Obligar a los aliados a combatir en las ciudades iraquíes eleva el costo del ataque y lo dilata. Y el costo, en este caso, se cifra en vidas. Si los aliados no logran escapar a esa situación se verán en un serio problema. Y escapar, en este caso, es llevar a cabo una carnicería donde poco importa quiénes llevan o no uniforme. Obviamente no es gratuito que a tan pocos días de haber lanzado la ofensiva, los aliados estén reforzando el contingente militar originalmente enviado.

Cuatro. Una de las grandes novedades de este conflicto es lo que el juez español Baltasar Garzón llama "la revolución por la paz".

Las nuevas posibilidades de comunicación tecnológica, internet sobre todo, favorecieron considerablemente la movilización social por la paz. Hubo movilizaciones antes del ataque y, hasta ahora, esas movilizaciones se sostienen. No se detuvo ni contuvo el ataque, es cierto, pero nunca una agresión había sido tan repudiada socialmente como ésta. Si esas movilizaciones persisten, el giro natural que tendrán será ya no pronunciarse por la paz como reclamar el cese al fuego y, en ese campo, entran de nuevo en juego valores políticos y diplomáticos importantes que, por su naturaleza, se trasladan de la sociedad a los gobiernos.

La exigencia del cese al fuego repercute no sólo en el teatro de operaciones bélicas, sino sobre todo en el campo de los gobiernos directa e indirectamente involucrados en la agresión.

Cinco. En el caso mexicano, el paso del reclamo por la paz a la exigencia del cese al fuego colocará al gobierno en una situación en extremo difícil.

El próximo martes México ocupará la presidencia del Consejo de Seguridad donde rebotará, por fuerza, esa exigencia. El gobierno de Vicente Fox no tiene margen de maniobra, el paso siguiente a la postura de dejar que los inspectores de Naciones Unidas culminaran su tarea antes de desatar el ataque es exigir el cese al fuego. Sin embargo, una exigencia de esa índole irritará seriamente al socio comercial que es Estados Unidos. Una cosa es no apoyarlo en la aventura militar en que se insertó y otra es exigirle que la abandone.

El Senado de la República llegó a un punto de acuerdo para que el presidente de la República instruya al secretario de Relaciones Exteriores a trabajar, en el seno del Consejo de Seguridad, a favor del cese de las hostilidades y, en principio, el embajador Adolfo Aguilar Zinser deberá operar y ejecutar esa instrucción. Por eso, lo que este fin de semana conversen el presidente Vicente Fox, el secretario Luis Ernesto Derbez y el embajador Adolfo Aguilar no es cosa menor.

La presión social nacional e internacional comenzará a traducirse en movimientos políticos internos y en movimientos diplomáticos externos, se va así a otro escenario tanto o más complicado que el anterior. Si el punto de acuerdo de los senadores no está verdaderamente respaldado en la decisión de cerrar filas con el Ejecutivo, la situación que vivirá el país a partir de la semana entrante será harto difícil.

Seis. Si Bush, Blair y Aznar pensaron que de la campaña militar en Iraq podían colgar su respectiva campaña electoral, la exigencia del cese al fuego los obliga a reconsiderar esa idea.

Aznar tiene muy poco que hacer, va de tropiezo en tropiezo y, acaso, su margen de maniobra se limite a saludar con mayor respeto a José Luis Rodríguez Zapatero y pedirle una disculpa a su partido por haberlo llevado adonde se encuentra. Blair tendrá que pensar en la cuarta vía, en la quinta o en la sexta, antes de volver a tomar como eje de su discurso la tercera vía que supuestamente proponía. Y Bush, el pobre Bush, tendrá que reconocer como síndrome familiar que Iraq no necesariamente es el mejor lugar para desarrollar campañas electo-militares. A ver si, como él mismo dice, no termina bebiendo copas en un bar de Texas.

Si la exigencia social del cese al fuego tiene traducción político-diplomática, el problema que traerán los tres asociados no será menor.

Siete. Obviamente no está en el horizonte todavía, pero la aventura militar emprendida por Bush, Blair y Aznar abre una interrogante sobre los candados que la democracia debe establecer sobre las decisiones que toman quienes recibieron un mandato popular.

En nombre del desarme de un país que, hasta donde ahora se ve, no estaba armado. En nombre de la liberación de un pueblo que, por lo pronto, recibe como anticipo de la libertad fuertes cargas de metralla, en nombre de una causa que no acaba de deletrear su nombre, Bush, Blair y Aznar han metido en un problema a la democracia y, aun cuando ahora no se ve, no será fácil salir de ese problema.

A diez días de iniciado el "liberador ataque preventivo", Bush, Blair y Aznar han hecho que el mundo dé más vueltas de las supuestas en su movimiento natural. El conflicto está lejos de terminar y, desde ahora, es menester desprender trágicas lecciones de él. La tarea inmediata es exigir el cese al fuego.

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