Cuando el 27 de diciembre, estando de vacaciones, me dijeron que TV Azteca había tomado nuestras instalaciones en el Chiquihuite, mi primera reacción fue de absoluta sorpresa. Me pareció increíble lo que había hecho Ricardo Salinas Pliego. ¿Cómo se le pudo haber ocurrido?; me preguntaba una y otra vez mientras esperaba ansiosa más información. Cuando hablé con Ciro Gómez Leyva, su primera frase fue: "Si esto se confirma, si fue la gente de Azteca, se suicidaron". Las dos reacciones reflejan lo que compartimos en ese momento: Una sensación de enorme seguridad en las instituciones. De hecho, a lo largo de ese primer día, muchos en Canal 40 estábamos convencidos de que íbamos a tener una respuesta rápida por parte de las instituciones del Estado, de la Secretaría de Gobernación, de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Pensábamos que el gobierno iba a reaccionar, de manera correcta, en defensa del Estado de derecho. Esa primera reacción puso en evidencia algo que no todas las generaciones de periodistas pueden compartir: La creencia en las instituciones. Finalmente, quienes trabajamos en el Canal 40 pertenecemos a una generación que está entre los 30 y los 40 años, una generación que ha vivido un momento privilegiado del periodismo en nuestro país. Calificar de valientes a periodistas como nosotros, que empezamos a trabajar entre 1990y 1957, es un exceso. Valentía es una palabra que se merecen los periodistas de períodos anteriores, los que tuvieron que hacerte frente a gobiernos déspotas como el de Luis Echeverría, como el de Díaz Ordaz, gobiernos que,no tenían ningún respeto por la libertad de expresión. Valientes los periodistas que en algunos estados hoy siguen haciendo frente a gobiernos arbitrarios y censores. Los que empezamos a trabajar en periodismo en los noventa hemos vivido una situación de verdadero privilegio. Los votos se empezaron realmente a contar y las elecciones se volvieron momentos determinantes de la vida política del país. Los políticos tuvieron que salir de esa madriguera en la que llevaban 70 años resguardados: la corte presidencial priista. Tuvieron que salir. para darse a conocer, para intentar ganar una elección. Hacerle una entrevista difícil a un político cuando tiene que ganar puntos en la opinión pública no es lo mismo que hacérsela cuando el único que va a juzgar sus actos es el presidente, del que depende su futuro. Los que empezamos en los noventa: no tenemos los vicios, no tenemos los miedos, no tenemos las reacciones ni los automatismos que produce el temor al poder. No lo ganamos, llegamos en un buen momento y recibimos la herencia de una generación admirable. Por eso la reacción inicial que todos compartimos en Canal 40 fue la de la confianza en las instituciones. Confianza que se fue volviendo perplejidad coniforme pasaban los días. Empezamos a escuchar cada vez más las voces de políticos, de analistas, que nos decían que en un país como éste nadie se atreve a hacer lo que hizo Ricardo Salinas Pliego sin tener un permiso. Nos decían que esos permisos no necesariamente son explícitos, nos decían que bastaba con un guiño, pero que nadie podía haber tomado una decisión de esa naturaleza sin ese apoyo. Conforme fueron pasando los días, estas opiniones fueron pesando sobre nosotros. Pero cuando el lunes 6 de enero salimos a la calle y organizamos la toma simbólica y pacífica del Chiquihuite y empezamos a ver que inmediatamente había reacciones, muchos pensamos, con alivio, que finalmente no había sido conveniencia, que no había habido complicidad, que en realidad había habido torpeza y negligencia. Es mucho más tranquilizante pensar que un gobierno es incompetente o que le falta pericia o incluso que desconoce lo que es el Estado y que sus funcionarios se toman vacaciones como si creyeran que están trabajando en una empresa privada o en un centro de investigación a pensar que estaban coludidos con un empresario que decide dirimir sus conflictos apoyado en verdaderas milicias. Ese lunes podíamos decir: Ya llegó el Estado, estos 10 días han estado de vacaciones y ya van a tomar catas en el asunto. Sin embargo, rápidamente nos dimos cuenta de que el Estado había llegado tarde, que había impericia, que había incompetencia, pero que también había falta de capacidad, de decisión y quizá de voluntad para enfrentar a los poderes, no a los formales, a los poderes reales, a los del dinero. El gobierno no debía haber invitado a una conversación de conciliación sin antes regresar a las partes en el estado en que se encontraban previo al acto de agresión que se suscitó. Hoy, el triunfo indiscutiblemente lo tiene TV Azteca. Se cansó de esperar una resolución en los tribunales, "presionó" tomando el Chiquihuite y el gobierno aseguró sin restituir y la pantalla quedó en negro. Hoy se prende la televisión en el Canal 40 y hay negros. Ha sido un largo camino. La noche que se anunció el aseguramiento, mi sensación es que había todo un equipo que, de alguna manera, había perdido la inocencia. La inocencia respecto del poder. Porque ha sido con inocencia, alegría y confianza que hemos disfrutado estos años de libertad de expresión. La confianza de hacer entrevistas duras, de hablarle de tú a los políticos, de no tenerte miedo al que sienta enfrente, de tener sentido del humor y, porqué no, reírnos del presidente de la República, de su esposa, del Jefe de Gobierno, de quien sea. Y si un campesino de Atenco dice que las botas del presidente “son de puto”, hay que sacarlo, pues refleja un estado de ánimo. Y es que esa forma de trabajar revela una inmensa confianza en la libertad de expresión y, desde luego, en el estado de derecho. Aunque jurídicamente el gobierno haya actuado legalmente, aunque haya funcionarios que insistan en que no tienen la competencia legal para regresarnos nuestras instalaciones, lo que el gobierno hizo políticamente, fue, simple y sencillamente, sucumbir ante el poder de los fuertes. Me hago las preguntas inevitables: Si nosotros hubiéramos tenido otro proyecto editorial, ¿habrían actuado con tanta lentitud? Si nosotros no fuéramos el canal pequeño, ¿realmente se hubieran tomado 10 días en el rancho antes de tomar una decisión? Y me respondo de inmediato: Yo creo que no. Éste es el primer enfrentamiento de muchos de nosotros con lo que significa realmente el poder, el poder del dinero, y la debilidad del Estado. De haberse dado 15 días antes, el aseguramiento habría sido una gran alegría para nosotros. Era exactamente lo que esperábamos: La llegada del gobierno, de la Policía Federal Preventiva, para quitarte nuestras instalaciones a Televisión Azteca. El problema es que llega dos semanas después, acompañado de un gran silencio. Canal 40, con su proyecto editorial, que puede ser criticado o no; con sus errores, con sus virtudes, con la incomodidad que provoca y el espacio que abre a cierta manifestaciones, como lo de Ateneo o los desnudos de los Cuatrocientos Pueblos; con sus excesos —lo quiero decir : los excesos—, como los videos de Almoloya, pero, por otra parte, con un intento continuo y permanente y necesario de abrir espacios a grupos y personas que no tienen ese acceso a un medio tan masivo como es la televisión, es un proyecto que no se puede considerar una empresa privada común y corriente. Este proyecto editorial y lo que representa, por minoritario que sea en la sociedad, es algo que el Estado debería defender. No ha habido, de parte del gobierno, ninguna manifestación para proteger a un proyecto editorial distinto. La diversidad de líneas editoriales va más allá de empresas particulares; tiene que ver con el interés general. Sería muy desafortunado que regresáramos a una etapa anterior, en la que hubiera una homogeneidad en las líneas editoriales. Me sorprende, en ese sentido, la insensibilidad del gobierno. Estamos a seis meses de unas elecciones nacionales y por eso las preguntas van y vienen: ¿Realmente están solamente aplicando la ley? ¿No podrían haber tenido una política al menos de celeridad, de intervención rápida, intentar que por la vía administrativa o judicial se nos restituyera lo antes posible, para salvar un proyecto que le da riqueza al país? Cada día que pasa es un día en que, como sociedad y como gobierno, se está apostando a la homogeneidad. No creo que Televisión Azteca y Televisa sean lo mismo, sería una injusticia hacia Televisa decirlo. Sin embargo, el tipo de televisión que hacen, por lo masiva que tiene que ser, por los niveles de audiencia que tienen, tiende a una línea similar. Canal 40, insisto, con todos sus defectos, con los excesos en que incurrimos, es un proyecto que ha creado espacios para la discusión pública, para el debate. El tiempo libre que se tomaron los funcionarios, sus vacaciones, quizá sea el tiempo exacto que va a significar la muerte de este proyecto. Un día después del aseguramiento, en lugar de alegrarnos, no queda sino preguntarle al gobierno: ¿Y los trabajadores qué? ¿Dónde quedamos los periodistas con el proyecto editorial? ¿Dónde quedamos con .nuestros trabajos? ¿Por que no hay, ni siquiera en la comunicación del gobierno, una frase que indique que están conscientes de la pérdida de estas dos cosas? Me parece que por razones que no son de Estado, sino de partido, no le interesa al gobierno sostener un medio que lo critica y, de paso, se muestra insensible al tema de los trabajadores. El gobierno sabe que el tiempo que se ha tomado está terminando con el canal. No se necesitaba gran cosa para impedirlo. Bastaba actuar rápidamente. Termino con una anécdota: El jueves 19 de diciembre, un día antes de que me fuera de vacaciones, recibí cuatro llamadas de Jorge Mendoza, vicepresidente de Televisión Azteca. Muy amable, me dijo que tenía que hablar conmigo de manera urgente. Quedamos de vernos en el Sanborns de plaza Coyoacán. Platicamos exactamente 10 minutos. Me dijo que el noticiario de CNI le gustaba mucho a Ricardo Salinas, que le parecía un gran producto, que en realidad el diferendo era entre los empresarios, que no era con nosotros. Me dijo que a ellos les interesaría muchísimo que yo fuera a trabajar allá. Que de desearlo yo así me podía entrevistar en ese mismo momento con Ricardo Salinas. Le dije que no me interesaba, que yo estaba en Canal 40, que era el tugar donde yo sentía que podía hacer el tipo de periodismo que me interesaba, pero que me parecía muy halagador que Ricardo Salinas nos viera todas las noches, a Ciro y a mí, teniendo tantas opciones en sus propios canales. Fue, en fin, una conversación breve. A parte de invitarme a trabajar —sin especificarme proyecto ni salario— me preguntó si Javier Moreno Valle tomaría vacaciones en esos días, cosa que yo desconocía, y me anticipó que vendrían "cosas muy fuertes" y que se quedarían, en un mes o 10 años, con Canal, 40. Hasta ese momento, la reunión no había sido más que un encuentro amable con el vicepresidente de otra empresa. Una semana después, cuando toman violentamente nuestras instalaciones, entendí su dimensión: Se me había tratado de tender una trampa. Con esto cierro el círculo. Parte de una generación privilegiada en la práctica del periodismo. Llegué en el momento justo sin haber tenido que pagar los costos altísimos de generaciones de periodistas anteriores. Ni el miedo al poder ni el contacto y el trato obligado con verdaderos gansters, que no empresarios de los medios de comunicación. Estos días tienen definitivamente sabor amargo a bautizo.
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