www.lavisiondelciudadano.com
La calle-Luis González de Alba
Europa se rinde
Publicada el 20 de
diciembre de 2004
Prohibición
de poner “nacimientos” en las escuelas para que los niños musulmanes no se
sientan ofendidos. A eso llegó la corrección política italiana esta
Navidad... pocos meses después del homicidio, en Holanda, del cineasta Theo
van Gogh, por su denuncia del humillante trato que la ley y la religión
musulmanas decretan para las mujeres. No soy cristiano ni creo que Dios ande
mandando hijos a que los linchen enardecidas turbas tlahuatecas, ni profetas
a iluminarnos con la última novedad celeste. Pero lo ocurrido en Italia,
país cristiano por excelencia, es grave porque indica una quiebra moral
inadmisible: el mundo cristiano nos dio la separación de iglesias y Estados,
libertad de religión y libertad de pensamiento, de creer o no creer sin
peligro de la vida. Nada de lo cual existe en el mundo islámico.
Es el turista o el inmigrante, el que llega a casa ajena, quien está
obligado a respetar al anfitrión. El anfitrión, cuando mucho, no debe reírse
de las ropas de su invitado si le parecen extrañas. Quienes hemos entrado a
una mezquita lo hemos hecho como se ordena que se haga: sin zapatos (a
riesgo de contraer pie de atleta), en silencio y con ropa adecuada, tratando
de pasar desapercibidos. Las iglesias cristianas de alto valor artístico
ejercen su derecho de solicitar a los turistas no creyentes que vistan de
cierta manera al entrar para admirarlas, lo mismo en San Pedro que en Notre
Dame. Está bien, como está bien si un restorán exige saco a los hombres o no
permite entrar en traje de baño. Son reglas de la casa. Y el que quiera
entra y el que no, pos no.
La separación de lo civil y lo religioso se dio, por supuesto, contra la
voluntad de las iglesias cristianas, católica o protestantes; pero
cristianos fueron los hombres del Renacimiento y sobre todo de la
Ilustración que conformaron lo que hoy son nuestros principios democráticos
más elementales: nadie puede ser azotado por sus pecados ni quemado vivo por
hereje ni obligado a rezar ni obligado a creer. Eso no es poco si recordamos
que, hace apenas 200 años, uno podía acabar en la cárcel por leer ciertos
libros o exponer ciertas ideas: el gobierno hacía cumplir los mandamientos
de la Iglesia católica y el pago de diezmos y primicias para sostenimiento
de esa Iglesia, y esa sola, era tan obligatorio como el de los impuestos
para el sostenimiento del Estado. La policía se encargaba de ambos casos.
Europa es un continente cristiano que lleva 12 siglos deteniendo el avance
del islam. Muchos estamos convencidos de que en todas las religiones se
pueden alcanzar abismos de horror y cumbres de virtud. Lo mejor es,
entonces, no practicar ninguna, porque todas son falsas, ni admitir ningún
conjunto de dogmas ni creer en la verdad revelada de ningún texto. Pero
Europa consiguió, a partir del siglo XVIII, una creciente separación entre
las áreas del Estado y las de las iglesias cristianas. Hasta en Inglaterra,
donde por ley la cabeza de la Iglesia es el monarca, ocurre algo similar al
arreglo político por el cual “el rey reina pero no gobierna”, gobierna un
primer ministro elegido democráticamente; de igual manera, la Iglesia
anglicana está conducida por el arzobispo de Canterbury.
Cuando Francia prohibió el velo islámico en las escuelas públicas, se sintió
obligada a retribuir con una igual prohibición de todo signo religioso,
incluidas las cruces, símbolo de ese país cristiano: la cruz de Lorena. Pero
es muy distinto obligar a una niña, por razón de su género, a llevar
cubierta la cabeza so pena de ser azotada por su familia —y obligarla a
hacerlo hasta si la familia se traslada a un país democrático—, que llevar
por gusto o fe una cruz de quitaipón. Los franceses, campeones del
relativismo social, prédica según la cual todo es respetable en toda
cultura, ofrendaron la cruz en el altar de la corrección política.
Tan errónea es una religión como la otra. Pero a una, el cristianismo, ya la
metimos a las iglesias y a los hogares. Le ganamos la pelea a curas y
obispos. En Francia con la Revolución, en México con Juárez. Las
manifestaciones públicas de fe ya no son obligatorias: nada nos fuerza a
adornar la casa para el paso de la Virgen de Zapopan ni a encender faroles
para la de Guadalupe ni a poner “nacimientos” ni pinos. Es el gran triunfo
del pensamiento occidental y, como siempre, comenzó en Grecia, con el poco
respeto de los filósofos griegos por sus propios dioses. “Si los caballos y
los leones tuvieran manos, los caballos pintarían a los dioses como caballos
y los leones como leones”, dijo Xenófanes más de 500 años antes de Cristo, y
completó: “Hay un solo Dios que ni en imagen ni en pensamiento se parece a
los mortales”, noticia que todavía no llega a los devotos de ese dios
berrinchudo, que se enoja y se contenta, se sacrifica, sufre, llora, premia
y castiga: un padre a la antigüita, a nuestra imagen y semejanza.
No. Los musulmanes radicales y fundamentalistas, que no son todos ni la
mayoría musulmana, no sólo se sienten ofendidos por los “nacimientos” en las
escuelas: los ofende la basílica de San Pedro, próximo objetivo por
dinamitar; los ofenden todas las cruces sobre todas las iglesias de París,
de Madrid y de Varsovia o Moscú; los ofende que no se paralicen Londres ni
Nueva York ni México seis veces al día para que todos sus habitantes sigan
al muecín que entona desde lo alto del alminar la alabanza a Dios y a su
profeta Mahoma; los ofende que los infieles malditos y dignos del Averno no
sigamos la letra exacta del Corán; que no matemos a pedradas a la mujer
infiel a su marido; que no azotemos al hombre rasurado ni a la mujer que
muestra la mano al recibir el cambio; que permitamos mujeres con falda
arriba del tobillo; que nuestras escuelas no enseñen religión, ni la única y
verdadera ni ninguna otra. Todo eso los ofende. Para tenerlos contentos,
Europa y el mundo de la razón deben desaparecer.
Don Juan ataca de nuevo
Si a don Juan Sandoval, cardenal de Guadalajara, le consta que el cadáver de
Enrique Salinas de Gortari no era cadáver o no era Enrique Salinas, está
obligado, moral y legalmente, a presentar sus pruebas ante las autoridades
que investigan el caso, y las autoridades están obligadas a tomar en serio
su declaración llamándolo a sostener ante el Ministerio Público lo dicho. De
otra manera se podrá decir que las autoridades fueron encubridoras. O que se
puede lanzar urbi et orbi cualquier ocurrencia impunemente.
|