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La calle-Luis González de Alba
Un pueblo corrupto
Publicada el 13 de
diciembre de 2004
¿Qué
hace posible la resistencia de López Obrador ante la exhibición cierta e
insolente de la profunda corrupción de su gobierno? ¿Qué hace indestructible
al Indestructible? En cualquier país, la exhibición de un secretario de
Finanzas jugando una vez al mes en uno de los hoteles más caros del mundo
trae la caída del secretario y del gobierno entero para el que trabajó. No
en México. ¿Por qué?
Hay una sola respuesta: la corrupción del pueblo mexicano. El PRI nos
envileció a todos con 70 años de cinismo. La prensa oficialista de hoy sigue
las mismas normas que la de ayer, sólo cambió colores. López ha tenido
prensa que lo defiende de lo indefendible, intelectuales que lo siguen,
multitudes que lo aclaman... porque “se mocha”. Así de simple. El pueblo
mexicano es feroz en la condena del robo sólo cuando lo realizan otros.
Cuando son los amigos y, además, invitan, todo está bien. Así nos hizo el
PRI y fue su peor daño porque es el más profundo: somos un pueblo corrupto
que justifica en los amigos cuanto condena en los enemigos. Vean al PRD:
todo se reducía a quedar incluido en el reparto.
La mujer medio inútil a la que López da empleo de confianza, el hombre a
quien presta oídos y pide consejo y la anciana a la que entrega un bono
mensual no quieren saber más. Mucho menos preguntarse de dónde viene el
bono. Son ejemplo del cínico apotegma priista que decía “vivir fuera del
presupuesto es vivir en el error”. O este otro: “Amistad que no se refleja
en la nómina, no es amistad”.
La amistad de López se refleja en la nómina. Por eso no ha importado que
obstaculice a todo precio la transparencia en la asignación de obras, que
sus gastos parezcan salir de un arcón mágico lleno de efectivo y oculto en
algún sótano, que triplique la deuda del DF y la vayamos a pagar en
Guadalajara, Tijuana o Oaxaca sin gozar de los beneficios.
Una sola de estas muestras de corrupción haría el descrédito de otro
gobernante. Ya no digamos todas juntas. Pero López Obrador tiene su fuerza y
su base social en el lumpen tolerado y los cuates contentos. ¿A quién le
importa la ley, los riquillos quejumbrosos, los periodistas preguntones, los
jueces desatendidos, los dictámenes ignorados, el hampa extendida sobre la
ciudad, si el hampa-ambulantaje, el hampa-piratería, el hampa-mercado de
vivienda, el hampa-policía coludida, son más libres que nunca? Los
panchosvilla, las mafias inexpugnables de Tepito, los falsificadores de
cualquier documento en la plaza de Santo Domingo del DF, ¿qué son, sino
pueblo en el sentido más puro? Todos ganan: nadie se queja.
En su reciente informe de gobierno, López Obrador dejó clara su nostalgia
por el país de “hace 22 años”: el de su tocayo López Portillo, quien se
definió a sí mismo, fuera ya del gobierno, como “el último presidente de la
Revolución”. Si conocemos como “la decena trágica” los diez días de cañoneo,
balaceras, muertos y destrucción en la Ciudadela (DF), que culminaron con el
golpe de Estado contra Madero, con el presidente López Portillo concluyó lo
que “el pueblo” llamó, con su eterna sabiduría —como dice López— “la docena
trágica”: los doce eternos años de Echeverría y López Portillo que dejaron
al país cañoneado y en ruinas. Es el PRI de “la docena trágica” en el que
López Obrador se formó. La receta económica de López Portillo, ahora de
López Obrador, nos entregó un peso devaluado hasta las milésimas: llegamos a
tres mil pesos por un dólar cuando el sucesor, De la Madrid, quiso enderezar
la estructura torcida; estructura que se basaba en inventar a gusto los
precios del petróleo y gastar dinero artificial, creado sobre las rodillas
de los legisladores, como ahora hizo el Congreso en menor grado. Tarjetazo
de crédito, hasta que llegó la cuenta y el embargo y el lanzamiento a la
calle.
Se explica la nostalgia del López de hoy por el López de ayer porque padece
la misma sed de dominio clientelar sobre grupos sociales que le brinden
apoyo a cambio de parcelas de poder: es el principio básico del PRI: vista
gorda en asuntos legales a cambio de apoyo popular. Se valen tomas de
tierras, ocupación de aceras por ambulantes, apropiación de la calle por
franeleros y otros vivos, bloqueo de avenidas, reparto faccioso de vivienda:
todo, siempre y cuando apoye. Las campañas priistas eran la hora de pagar
los favores, los legales y los ilegales.
López Portillo probó la receta eternamente exigida por la izquierda:
nacionalización de la banca y control de cambios. Lloró al anunciar esas
medidas con las que no nos volverían a robar, el Congreso aplaudió de pie.
Algunos lloramos con él frente a la TV: ahora sí veríamos la prosperidad de
México. Es a lo que López Obrador promete regresar, es su famoso “proyecto”,
tan nuevo como Echeverría.
Pero como lo predijo todo el mundo sensato hace 22 años, los resultados
fueron contrarios a los deseados: una crisis económica de proporciones
mayúsculas, salida de inversiones, caída del empleo, miseria, huida de
trabajadores rumbo a Estados Unidos, huida de industrias. ¿Por qué la gente
pobre no huye rumbo a Cuba, sino a un país que jamás ha pensado en
nacionalizar su banca ni en permitir la ocupación de tierras con propietario
legal ni en darle al gobierno el monopolio sobre el petróleo y el gas? Es
que solamente los jóvenes estudiantes de algunas escuelas públicas, los
manifestantes contra la globalización y los viejos religiosamente aferrados
a sus dogmas siguen sosteniendo que la inversión extranjera, peleada y
buscada por el mundo entero, creadora de todas las economías emergentes, sea
dañina. Y no hay inversión donde la propiedad no es segura. ¿Quién invierte
su capital, poco o mucho, en construir su casa sobre un terreno que amenaza
con hundirse a cada momento, en un país sujeto a las ocurrencias de sus
gobernantes?
De ahí procede la fuerza de López: de que hace lo que cualquier mexicano:
invitar a sus amigos a la fiesta con redoba, aunque los vecinos renieguen
por el ruido. Por eso es tan difícil la vida cotidiana en México. Por eso
los viajes deforman: vuelve uno creyendo que tiene derechos. Y no, no los
tiene. Le pertenecen a los grupos arrimados al poder. Y López sabe usarlos.
En ellos se formó, ellos lo formaron: el PRI que también añora Bartlett. Eso
viene mucho.
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