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La calle-Luis González de Alba
Para trivializar la tragedia
Publicada el 6 de
diciembre de 2004
Hoy
es 3 de octubre de 1968 y un diario editorializa, en primera plana, sobre lo
ocurrido la tarde anterior: “¿Masacre? Masacre la que se ha cometido con el
nombre del presidente Díaz Ordaz.” La sangre de la entonces joven reportera
Carmen Lira, hoy directora de La Jornada, habría hervido de rabia,
impotencia y cólera. Y con sobrado motivo. Decenios después, quién lo iba a
decir, ella haría lo mismo con el linchamiento de San Juan, en el Distrito
Federal, que tiene horrorizado al país: para linchamientos el de su
candidato a la Presidencia, dijo su minieditorial de primera plana. Ante el
“linchamiento” del rayo de esperanza (señalar la corrupción en su gobierno),
quemar vivos a dos hombres que piden auxilio ante las cámaras de televisión,
y el auxilio no llega, son pelillos que destacan los tiquis miquis de
siempre.
Para honra de la prensa oficialista de los años del PRI, tan repulsiva como
fue, debe uno reconocerle, con reticencia si se quiere, que nunca alcanzó
ese nivel de vileza al tratar el linchamiento de jóvenes montañistas en el
poblado llamado Canoa. En agosto de 68 “el pueblo” enardecido apaleó, cortó
dedos a machetazos y asesinó a jóvenes empleados de la Universidad Autónoma
de Puebla que acampaban para ascender una montaña. Como ahora, la turba no
fue nunca provocada por los que serían asesinados. Pero, en la histeria
anticomunista de aquel año, las campanas de la iglesia convocaron porque
habían “llegado los comunistas”, y eso cada quien lo imaginó como pudo. En
San Juan el rumor dispersado, también al llamado de campanas, fue la
presencia de robachicos en el pueblo. Pero a diferencia de ahora, en Canoa
nadie fue quemado vivo. Y también a diferencia de ahora ni siquiera El
Heraldo, El Sol o Novedades, serviles y sumisos al gobierno en todo momento,
ridiculizaron los hechos ni desviaron después la atención hacia alguna
misteriosa conducta de los excursionistas. El relato de los sobrevivientes
dio origen a una gran película de Felipe Cazals, llamada precisamente Canoa.
Se exhibió en todo México y en todo el mundo.
No hay mejor método para trivializar una tragedia que el de llamar
“tragedia” a todo. Es como le ocurrió al idioma francés con la expresión
“desolado” (desolé). Si el mesero nos responde que “desolé”, pero ya no
queda la sopa que pedimos, no puede estar “desolé” a la muerte de su madre,
como los hispanohablantes lo estamos, desolados en el luto, en la desgracia,
a la vista de lo peor de nuestro país y surgido de la entraña misma de su
gente.
Si queremos atenuar el horror de los grandes holocaustos de pueblos enteros,
judíos por los nazis, armenios por los kurdos, kurdos por los turcos,
llamemos “genocidio” a los hechos, terribles e injustificables, del 10 de
junio de 1971, cuando una manifestación fue atacada por fuerzas
parapoliciacas. Si queremos olvidar el horror de San Juan, comencemos a
llamar “linchamiento” a todo, como hizo La Jornada con la clara intuición de
quien recibe la mitad del presupuesto que el Indestructible gasta en prensa
escrita para seguir indestructible.
JALISCO
El gobierno panista de Jalisco suma un error al otro. El primero fue no dar
la orden, inmediata y fulminante, de aprehender en plena flagrancia a
quienes, aquel 28 de mayo, atacaban, por cierto también con fuego, palos,
varillas y las mismas rejas policiacas, a los policías alineados para cerrar
el paso a los manifestantes. Otra vez el temor a actuar, a ejercer la
autoridad, a emplear la ley cuando es necesario, se revirtió contra las
autoridades.
La peor torpeza fue dar la orden, horas después, de “encontrar a los
atacantes”: a los mismos que habían tenido enfrente poco antes y en plena
acción delictiva. Detenciones, pues, a ojo de buen cubero. Y la última y
relapsa necedad es seguirse negando a admitir que detuvieron a justos y a
pecadores, a paseantes y a delincuentes, a marchistas y a agresores, a quien
llevaba una pancarta y al que dirigió un soplete de espray en llamas contra
los policías; que, como resultaba obvio, no los pudieron distinguir y, ante
su fracaso, trataron de sacar confesiones forzadas, como se llama suavemente
a la tortura. Hubo actos delictivos contra la policía, sin duda, pues
quedaron videograbados y fotografiados; nadie pide impunidad para los
culpables (supongo), pero si aún quedan inocentes detenidos, no estaría de
más bajarle a la soberbia de las respuestas oficiales.
MULTARÁ CREEL AL PAN
¿Sabe usted quiénes son “Nuño y Bocanegra”? Yo lo ignoraba, pero son los
autores de algún Himno Nacional, según anuncio con el escudo del estado de
Jalisco en la esquina superior izquierda, la leyenda “Gobierno de Jalisco”
al pie del escudo, luego “Poder Ejecutivo”, abajo “Secretaría de Cultura” y
por último “Jalisco”. Todo eso en altas (mayúsculas). Si Santiago Creel
multa a una cantante de ranchero olvidadiza, la que enmarañó los versos del
Himno Nacional al inicio de un partido de futbol, ¿qué debería hacer con la
Secretaría de Cultura del estado emblemático de la nación? Y allí está, con
todas sus letras, en el anuncio del gran concierto de este viernes 3 en el
Teatro Degollado, con la Sinfónica Nacional de visitante: el primer número
fue un Himno Nacional de Nuño y Bocanegra. A la vista de los autores, quizá
fue el de Honduras. O bien significa que a Santiago Creel en adelante lo
llamaremos licenciado Miranda.
Como no hay crédito para cantantes o coro alguno y por supuesto no fui (no
estoy tan loco), supongo que sólo se interpretó la música. De ser así, el
autor es uno solo, Jaime Nunó, quien, para eterno desdoro de los mexicanos,
nació en Gerona, España, y allá creció y se formó hasta llegar a organista
de la catedral de Barcelona. Es uno de los secretos mejor guardados de
nuestra ridículamente falsa historia: la bella música es de un español, la
horrenda y larga letra es de un mexicano de quien nuestras autoridades
culturales olvidaron el González.
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