www.lavisiondelciudadano.com
La calle-Luis González de Alba
Flojera helénica
Publicada el 25 de
octubre de 2004
Hay temas que dan flojera:
volver a explicarle a la derecha que Darwin nunca dijo que venimos de los
changos actuales; que la homosexualidad no se contagia ni se enseña ni se
aprende; que la pornografía es asunto personal y privado, que la censura
afecta derechos elementales de los adultos. Pero también a eso que llaman
“izquierda” hay que volver a explicarle verdaderas trivialidades. Como a los
que no quieren Sanborns en Coyoacan (vaya usted a saber por qué), ni
hamburguesas en Oaxaca (igual interrogación). Y ahora tampoco quieren un
supermercado a tres kilómetros de Teotihuacan.
Así pues, intelectuales mexicanos se oponen a la construcción de un
supermercado en el pueblo de Teotihuacan. No en el sitio arqueológico,
plagado de ambulantes, sino en el pueblo. Es difícil imaginar algo más
ocioso. Uno de los barrios más movidos de Atenas, donde está el cibercafé
donde ahora escribo esto, sube hasta el pie mismo del Partenón sacrosanto.
Plaka, llena de callejuelas en escalinata, tavernas, discos, bares, antros,
tiendas de chucherías, abarrotes, verdulerías y supermercados. Las últimas
casas se recargan en la muralla levantada para consolidar las paredes del
cerro y servir, a la vez, de fuertes durante las continuas guerras. Y eso
que el Partenón es nada menos que el modelo sobre el que la arquitectura
occidental se desarrolló: los romanos vinieron a Atenas para aprender los
órdenes clásicos, las proporciones debidas, la mesura, el equilibrio. Dos
mil años después, el Renacimiento no se explica sin los viajeros que caían
por estas tierras, entonces turcas, y tomaban apuntes, bosquejos, notas. En
el siglo XV Europa volvió a buscar sus raíces mediterráneas y tomó por
modelo la Acrópolis de Atenas. En el mismo siglo, Europa se extendió por un
mundo entonces desconocido, que llamamos América, y llevó, con la cruz y la
espada, las proporciones aprendidas en Atenas, en la paz misteriosa que
surge de llevar las matemáticas al mármol. Los intelectuales griegos nunca
han clamado al Olimpo por ese desacato. Es más: Atenas depende, en buena
parte, de ese enorme comercio al pie de la Acrópolis.
Teotihuacan es un nombre inventado por los aztecas para designar unas ruinas
—que descubrieron ya abandonadas— y engañar a quien se dejara pretendiendo
que ellos descendían de sus constructores; ellos, que en pleno 1300 de
nuestra era, con Florencia y Venecia construidas, Atenas y Roma destruidas
varias veces, todavía eran cazadores-recolectores: la etapa que los chinos
habían abandonado diez mil años antes. Lo cierto es que del pueblo
teotihuacano sabemos muy poco y entre eso poco hay detalles escalofriantes y
horrendos. Es ciertamente un lugar grandioso, pero ninguna de las muchas
piedritas —todas posibles de levantar con una mano— que forman la gran
Pirámide del Sol pesa ni una centésima parte del más pequeño de los
cilindros de mármol que se ajustan exactamente en las columnas del Partenón.
Los atenienses iban al mercado (al ágora), que ya desde entonces invadía los
pies de la ciudadela sagrada, a comprar cebollas, pan y aceite; pero también
a chismear, a murmurar de los políticos, a discutir, con la canasta por un
lado, las últimas tonterías de su jefe de gobierno en turno, y si lo
destituían o no. Hoy hacen lo mismo, y en el mismo lugar: van a Plaka a
comer, beber y discutir. Quien desee comerse una hamburguesa MacDonald’s
puede hacerlo, y el que no, pos no, como dijo el alcalde de Lagos. Hay
pescados deliciosos, preparados simplemente sta cárbuna (a las brasas), como
la o el lithrini, que según me informa el mesero, es el único animal del
mundo entero que cambia de sexo. No le digo que hay muchos otros porque el
tema es largo y complejo. La sipura es otra maravilla marina de sabor
delicado y color azul plateado. Hay también simples suvlakia (plural de
suvlaki) y, claro está, hamburguesas para los mochileros que no se pueden
pagar una cena y que siguen llegando, atraidos por un octubre de clima
insólitamente benigno. Mm... siempre que he venido en octubre el clima ha
sido bueno y el comentario que es “un clima insólito para este mes”. Así es
siempre dondequiera: la gente no se cree las buenas noticias, ni siquiera se
cree el buen clima y afirma, cada otoño, que “nunca es así”.
La gran desgracia de la arquitectura americana es que, quizá con la
excepción maya, es un arte de paisaje, de hacer terrazas. Montealbán es eso:
bellas terrazas para admirar el valle. También Teotihuacan son terrazas. Los
interiores se limitan a pasadizos y en eso los mayas no fueron excepción,
pues tampoco produjeron interiores. La ciudad de los dioses sigue siendo un
grupo de cerros remodelados. Eso no es ni bueno ni malo. Solamente es. Pero
da cuenta de que los constructores no habían alcanzado la etapa de la
arquitectura egipcia, anterior en tres mil años a Teotihuacan, pero ya plena
de interiores magníficos. La gran, la enorme diferencia entre las pirámides
egipcias y las americanas, incluídas las mexicanas, no es tanto los milenios
que las separan, sino la técnica todavía impresionante de las primeras. En
Egipto las pirámides se levantan de la arena y están conformadas por bloques
de granito maciso que requieren precisión asombrosa en su corte y métodos de
transporte que todavía se analizan. En México las pirámides son cerros
rebanados y por ninguna parte se ve gran tecnología de corte, pues son
piedras en su “estado natural”, ni mucho menos de transporte: un solo
esclavo podía cargar una canasta llena a la espalda.
Eso no les quita belleza. Pero debería llevarnos a bajarle un poquitín a la
crema de los tacos: no tenemos nada que se asemeje a Luxor ni a la gran
pirámide. Ninguna cultura americana realizó la proeza de transportar granito
desde canteras lejanas. Los atenienses llevaron mármol de Paros, una isla
lejana para los barcos de la época, porque su calidad translúcida, su grano
cerrado y su veta son inmejorables. Se dirá que los pueblos americanos no
tenían hierro para trabajar el granito o el mármol. Esa es, en todo caso, la
explicación de un primer nivel; aunque se vuelve circular: ¿y por qué no
tenían hierro? Porque estaban en la edad de piedra es otra explicación
circular: ¿y por qué? El hecho simple y llano es que construyeron con
piedras transportables por cualquiera y las pegaron a cerros emparejados.
Por entonces, la cúpula de Santa Sofía, en Constantinopla, ya asombraba a la
humanidad. Y junto a ese portento hay hasta hamams, no digamos fritangas y
supermercados.
Dan grima y bostezo los temas que suscitan debates en México: si la
autoridad debe o no cumplir la ley y ya; si un particular puede producir
electricidad (cuando fueron particulares quienes inventaron las máquinas
para producirla); si un diputado con licencia tiene todavía fuero o lo
perdió al obtener la licencia, y otros semejantes a los que entretenían a la
corte de Bizancio... mientras los turcos avanzaban y desmoronaban lentemente
el imperio.
|