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La calle-Luis González de Alba
¿Están pasmados?
Publicada el 4 de
octubre de 2004
¿O
simplemente están perplejos? El caso es que los gobiernos panistas sufren
parálisis. Ya no digamos el presidente Fox, ¿qué ha hecho el gobernador
Ramírez Acuña en Jalisco? La calidad de vida en las ciudades de hoy depende,
en primerísimo orden, de la calidad del transporte público. Barcelona es del
tamaño de Guadalajara, se encuentra en un país que lleva escasas tres
décadas de crecimiento y tiene, sin embargo, transporte subterráneo y de
superficie digno de cualquier gran capital. ¿Por qué no pueden nuestros
gobernantes darnos algo siquiera semejante? Salir de un lugar y encontrar
una entrada del Metro a no más de tres cuadras o un paradero de autobús de
esos que aquí no podemos ni imaginar: se detienen en el paradero exacto y
junto a la acera, jamás en otro carril; el chofer se concentra
exclusivamente en manejar y en abrir y cerrar puertas el tiempo necesario
para que la gente suba o baje. Taxis siempre con luz de libre o de ocupado,
con el taxímetro funcionando automáticamente.
¿Es eso tan difícil, tan extraordinario, tan inalcanzable? Ramírez Acuña ha
viajado poco menos que Gustavo Ponce, el prófugo secretario de Finanzas de
López Obrador que iba dos veces por semana a jugar a Las Vegas. Bien, le
pagamos sus viajes. ¿Y qué le hemos visto aplicar los jaliscienses? ¿Qué
soluciones nos trajo de Bruselas, China o Guatemala? Todo sigue exactamente
igual, como antes de sus viajes ilustradores y como antes del PAN, cuando,
decíamos, la alianza del PRI corrupto con los permisionarios del transporte
impedía vivir en la civilización.
¿Y el tren ligero o el Metro? ¿Y los camioneros a quienes no se les pague,
como ahora, por correr y arrebatarse el pasaje? ¿Y los taxistas que no
discutan el precio? Inventaron la tontería de los controladores de velocidad
cuando, lo más sencillo, es prohibir el pago de porcentaje por boleto
vendido y multar a quien llega antes de tiempo a la terminal, no al
retrasado por el tráfico: el hilo negro y el agua tibia, pero aún no lo
descubren los gobernantes panistas. ¿Y la carretera a Vallarta? Pasmada con
todo y la creciente afluencia de turismo. Ni para los negocios resultaron
buenos quienes se decían la voz de los empresarios.
Pasmados como están, piensan en un museo Guggenheim para Guadalajara.
Atraería turismo, es cierto. ¿Y cómo llegaría al museo? ¿Por qué medio? El
transporte público no existe, el turista finlandés deberá discutir con el
taxista el precio del viaje desde la Plaza de Armas al museo, no hay taxis
sino raramente circulando por las calles, es necesario llamarlos a un sitio,
conocer el teléfono. La ciudad se inunda porque no tiene drenaje suficiente
ni eficaz. Los baches y agujeros son el terror del conductor. Nuestros
gobernantes se parecen al pastelero, que, si bien no logra sacar un pan sin
quemar o crudo, se inscribe en el curso de embetunado de chocolate al coñac.
Piensa decorar sus miserias.
SALVAJISMO
El
salvajismo de México
alcanza en algunas regiones niveles atroces. En Oaxaca el gobernador sigue
tan campante luego de un confuso episodio, que quiso hacer pasar por
atentado, y donde, lo más grave, perdió la vida un policía. Por TV vio el
país entero cómo manifestantes oaxaqueños asesinaban, a palos, a un
opositor. Un alcalde asesina —con frialdad, alevosía, ventaja y hasta ahora
completa impunidad— en público y a la luz, a la candidata perredista. Ayer
otro asesinato político: todos han aprendido que el gobierno está
paralizado. Se le cancela su principal proyecto movilizando a unos cuantos
macheteros para que en vez de aeropuerto y reparto de locales a los dueños
de la tierra se haga allí el basurero que le urge a López Obrador, y los
ahora dueños de la tierra tengan completa libertad de pepenar la basura
antes que otros. Por este salvajismo, López Obrador ha conseguido
transformar los casos más bien documentados de corrupción flagrante, los de
Bejarano y Ponce, sus empleados directos, en su plataforma para la
Presidencia porque es bueno y da limosna a los viejitos. La acusación de
ambos truhanes, acerca de que nada hicieron en ignorancia del jefe de
gobierno, ya nadie la recuerda.
BIEN DICHO, ANA
En el mismo
país que no da una en deportes, nuestra mayor gloria, Ana Guevara, se ve
sometida al feroz acoso de los medios por decir una verdad sólida como una
roca: que los Juegos Paraolímpicos (escalofriantes —lo digo yo, no ella—)
tienen tantas y tan diversas clasificaciones que hay más oportunidades para
ganar en alguna: unos lanzan la jabalina con un brazo completo, otros sin
mano, otros más sin antebrazo. Por eso hay docenas de oros.
Ni modo, pero desde el 800 antes de Cristo, los Juegos Olímpicos han sido la
fiesta del cuerpo, de la salud y de la juventud. Así es y ya. No es bueno ni
malo. Es. Por eso los cristianos los prohibieron, porque el cristianismo
hizo del cuerpo imagen del pecado. Hay quien cumple esas condiciones y quien
no. Como hay quien puede ser un gran pianista y otros nos pasamos 30 años
peleando con el Intermezzo de Manuel M. Ponce. La vida es injusta, el mundo
es injusto, la naturaleza es injusta, el cuerpo es injusto. Siempre he
querido cantar el papel del duque en La Sonámbula: Vi raviso, o luoghi amee-e-e-ee-niiii...
y los canallas del Met de Nueva York, miserables guiados sólo por el afán de
excelencia y dominados por el neoliberalismo, jamás me han dado oportunidad.
Y si me la dieran, de seguro nadie iría a oírme porque también el público
está deformado por el neoliberalismo y engañado por Salinas. Por eso en todo
se pide excelencia. Perro mundo, de ahí que el CEU glorioso hiciera huelga
un año: contra la infame excelencia que nos cierra las puertas a los humanos
—con distintas capacidades— o discapacitados o simplemente huevones.
No dudo que la corrección política ya esté planeando las Olimpiadas de los
mayores de 80 años, ahora inhumanamente discriminados. Si me regalan los
boletos, no voy. Si me pagan por ir, tampoco voy.
ERROR Y HORROR
Leí con horror
este sábado la entrevista donde dije, con casa y pensamiento revueltos, que
Tutankamón ideó el primer monoteísmo. Por supuesto debí decir Akenatón,
quien cambió hasta su nombre (Amenotep IV) para tomar el del Dios único:
Atón. Por desgracia también mis correctores fallaron. Perdón.
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