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La calle-Luis González de Alba
Religión y fueros
Publicada el 30 de
agosto de 2004
La ley tiene dos
tiempos: la ley escrita, que imponen los tribunales, y la ley en gestación,
que imponen las balas. Pero hay balas buenas y balas malas. Las balas con
las que Pinochet derrocó al presidente chileno Salvador Allende fueron balas
malas, todos estamos de acuerdo en México (no todos en Chile...); las balas
de Emiliano Zapata contra el recién elegido presidente Madero y las de Fidel
Castro contra el dictador Batista fueron balas buenas.
“A balazos llegamos y a balazos nos sacarán”, es la frase célebre del
célebre Fidel Velázquez. Tuvo razón en la primera parte. No en la segunda
gracias a la parte civilizada del PRI y a la convicción democrática, formada
en el 68, del presidente Ernesto Zedillo, quien pudo haber llamado a
defender “el régimen de la Revolución”, “las conquistas del Pueblo
Mexicano”, “la Patria en peligro”, y no lo hizo. Gracias.
Cuando la ley en gestación resulta triunfadora, se vuelve ley escrita y, si
creemos en el derecho irrenunciable de una figura sin rostro ni identidad,
llamada “el Pueblo”, a levantarse en armas o rechazar la ley siempre que le
parezca, volvemos a empezar pues siempre habrá un Zapata contra Madero, un
Carranza contra Zapata, un Obregón contra Carranza, un Calles contra Obregón
y así hasta que la sangre canse. Lo cierto es que ese “Pueblo” enmayusculado
no existe y siempre es una minoría que se arroga la voz de todos: un grupo
de militares que defiende a la patria chilena, un grupo de conservadores
mexicanos que se levanta en armas, a mediados del siglo XIX, por “Religión y
Fueros” cuando nuestros liberales (antes de que la palabra “liberal” fuera
maldecida) decidieron terminar con los fueros que eximían de la ley común a
ciertos estamentos sociales, como la milicia y la Iglesia. Por supuesto, con
ese término se entendía exclusivamente la católica, las demás eran leña para
hoguera.
Los conservadores, tan mexicanos y conocedores de lo que realmente desea el
pueblo mexicano, y los liberales, también voceros del pueblo mexicano, se
liaron a balazos en una de nuestros muchas guerras civiles. Por eso, porque
estuvimos en constante guerra contra la ley escrita y rechazamos los
procedimientos que la propia ley estipula para su modificación; porque no
procedimos por medio del Congreso ni acatamos “leyes injustas”, que por
supuesto cada quien definía a su manera, por eso y no por la maldad gringa
perdimos más de la mitad del territorio. Y fue para bien, porque vean
ustedes a nuestros paisanos pobres arriesgando la vida todos los días para
ir a trabajar a aquellos territorios una vez mexicanos, nadando o sudando
para llegar a donde —porque ya no es México— dejaron de existir limitaciones
“patrióticas” contra la inversión productiva, ni hay peligro de que un
presidente firme desde Washington el reparto de las mejores tierras
californianas, como hizo en México el presidente Echeverría cuando repartió
a taxistas las tierras que los sonorenses habían ganado al desierto. “Es que
son latifundios”, dijo ese presidente de quien se preguntaba ¿cómo cambia un
foco Echeverría?: se sube a una mesa redonda, mete el foco al sóket y pide
que todo el Congreso haga girar la mesa. Y es el nostalgiado por el PRI
dinosáurico.
Desafuero en Colchagua
Antes del levantamiento de Pinochet contra Allende, hubo otros intentos de
torcer la ley escrita chilena e imponer la ley de un grupo social, como
siempre otra minoría que hablaba en nombre de todos.
Los militares y la derecha querían salvar a la patria, pero también la
izquierda. Cuando un jefe de gobierno de cierta región ganada por la
izquierda, el intendente de Colchagua, cometió actos que quizá eran tan
generosos como construirle una calle pública a un hospital privado
quitándole un pedacito de terreno a un riquillo melindroso o regalarle a la
Iglesia católica un terreno propiedad de la ciudad, el partido gobernante en
Colchagua amenazó con todo para impedir el desafuero del intendente bueno
por los jueces malos.
¿Le suena, le suena?
Pues bien, yo vivía por entonces en Chile porque, como condición para que
dejáramos la cárcel, ya sentenciados a más de 20 años los dirigentes del 68,
el presidente Echeverría impuso la condición de que saliéramos del país, por
nuestros propios medios y con visa de turistas. Contaban nuestros defensores
que el juez Ferrer McGregor, nuestro sentenciador, se negó a la primera a
firmar las órdenes de salida. Y legalmente tenía razón: nos pesaba una
sentencia, chueca o derecha. Entonces llegó la judicial y lo sacó de su casa
por la noche, en bata y pantuflas, lo llevó a los juzgados y firmó porque
firmó. Así era aquello de la soberanía del Poder Judicial en los tiempos que
añoran Murat, Madrazo, Bartlett y promete restaurar López Obrador, autor del
Himno al PRI en su juventud echeverrista.
Escribí esa historia del levantamiento de la izquierda para impedir el
desafuero del intendente de Colchagua... pero esta semana me obligaron a
mudarme de casa, hay alrededor de esta computadora cien cajas mudanceras y
en una de ellas una libreta verde que ni siquiera recordaba y salió entre
papeles viejos. Allí está la historia escrita por el hombre de 27 años que
era. Cada caja pesa 200 kilos. Pero baste con decir que la diferencia entre
los alzamientos en nombre del pueblo chileno fue que uno triunfó porque
tenía tanques y aviones. El otro algunas pistolas y armas checas. Por eso
fracasó.
Desafuero en Colchagua en 1971 o en el DF en 2004, es lo mismo: es atentar
contra un derecho que se dieron los primeros señores tribales en los grupos
humanos preagrícolas: el de no ser jamás sometidos a juicio; derecho que
pasó a los príncipes y reyes antiguos, conservaron los señores feudales,
pasó a los nuevos nobles y, todavía en el siglo XIX, conservaban los
militares, los eclesiásticos y la nobleza. Por La cartuja de Parma sabemos
que era inconcebible enjuiciar a un noble por matar a un cómico. Las
repúblicas conservaron el fuero para que un diputado no cayera en prisión
por sus ideas o sus votos; pero nuestros gobernantes lo emplean para pasarse
los altos, gritar en las cantinas y responder “pues no acato la orden del
juez, y háganle como quieran.” Son la nueva nobleza.
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