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La calle-Luis González de Alba
Un debate para diputados
Publicada el 23 de
agosto de 2004
Nada
menos que en Science —órgano semanal de la American Association for the
Advancement of Science— se acaba de suscitar una polémica, respecto de
cereales con modificaciones genéticas, que podrían haber seguido nuestros
inútiles diputados si no estuvieran emperrados en meterse zancadilla unos a
otros para que ninguna iniciativa importante prospere.
Comenzó con un artículo de título sorprendente: “Prehistoric GM Corn” (“Maíz
prehistórico genéticamente modificado”), escrito por Nina Fedoroff,
investigadora del Huck Institute for Life Sciences de la Universidad de
Pensilvania. Puesto que se emplea el nombre desde que la ingeniería genética
permite hacer cambios al genoma de una planta o de un animal y no hubo ese
conocimiento en la humanidad sino a partir del descubrimiento del ADN en
1953, por Watson y Crick, parece que la autora incurre en un imperdonable
anacronismo.
Producido a partir de un ancestro herbáceo, el teocinto, el maíz adquirió
enormes mazorcas llenas de granos ricos en proteínas, aceite y almidón, pero
por eso mismo perdió la capacidad “de sobrevivir sin gente que lo cultive
porque no puede dispersar sus propias semillas. Los orígenes del maíz han
intrigado tiempo atrás a los genetistas, pero sólo recientemente nuevos
métodos moleculares han capacitado a los detectives evolucionistas para
precisar sus orígenes e identificar las modificaciones genéticas (GMs) que
lograron la radical transformación del teocinto en el maíz contemporáneo”,
señala Fedoroff.
Al parecer, el maíz surgió en la cuenca del río Balsas, al sur de México,
hace unos nueve mil años, dice la investigadora. Dolores Piperno, de la
Smithsonian Institution, señala un dato más asombroso: donde el Mar de
Galilea ha perdido sus aguas se han encontrado semillas de cebada y de trigo
con 23 mil años de antigüedad. “Diez mil años antes de que la gente
cultivara cereales, ya procesaba variedades silvestres.”
A Paul Grun, del Departamento de Horticultura perteneciente también a la
misma universidad, no le pareció correcto el empleo del término GM
(genéticamente modificado) para el maíz prehistórico. Como en esta misma
sección hace unos meses sostuve que todos nuestros alimentos, sin excepción,
han sido genéticamente modificados por milenios de selección humana, leí con
cuidado la carta de Grun. “Estoy escribiendo para urgir a que mantengamos el
significado comúnmente entendido del acrónimo ‘GM’”. En resumen, a Grun le
parece que, aunque el maíz proceda de teocinto cuyos genes fueron
modificados a lo largo de milenios, no debe etiquetarse como GM porque no se
emplearon las técnicas modernas de manipulación del ADN. Muy extraño
razonamiento: esta vaca lechera no puede llamarse vaca lechera porque no
viene de un laboratorio productor de vacas lecheras.
Tampoco a Tim Ramsay, del McLaughlin Centre for Population Health Risk
Assessment, Universidad de Ottawa, le parece correcto hablar de “Maíz GM
Prehistórico”, pues “parece calculado para oscurecer temas en el debate
sobre la seguridad de los organismos genéticamente modificados”.
La respuesta de Nina Fedoroff es implacable: “Mis palabras fueron escogidas
con cuidado. Es sin duda verdad, como señala Ramsay, que la definición
contemporánea de genéticamente modificado, o GM, se aplica sólo a plantas
modificadas por técnicas moleculares... Pero se está volviendo
crecientemente claro que la distinción no es sólo artificial e inútil, sino
profundamente contraproductiva a escala global.”
No está de acuerdo la investigadora en que se deban diferenciar los “cruces
selectivos tradicionales” y la “biotecnología basada en ADN recombinante”.
Rechaza la distinción porque es la que ha creado “el ampliamente aceptado,
aunque mítico, punto de vista de que la reproducción tradicional de plantas
es de alguna manera gradual, y, sí, natural, mientras que las técnicas
contemporáneas son rápidas y antinaturales.” ¿En dónde ponemos la raya que
separa lo natural de lo antinatural?, pregunta, ¿por qué en cierto lugar y
no en otro? La habilidad para mover genes entre las especies no es una
invención reciente y ni siquiera humana. “Una mutación es una mutación, sea
espontánea, inducida por cultivo de tejido o por radiación que produce
mutagénesis.”
Y tiene razón: cada que un horticultor injerta un frutal con otro está
alterando el genoma de las raras frutas que aparecerán. ¿Por qué es bueno
hacer injertos para conseguir aguacates mejorados y es malo mejorarlos
cambiando un gen en el laboratorio? “La clase de cambios genéticos que
subyacen al origen del maíz a partir del teocinto no son fundamentalmente
diferentes de los que nos dieron arroz enano y naranjas sin semilla con la
Revolución Verde” (en los años sesenta).
La investigadora está de acuerdo cuando Grun sostiene que el uso del término
“GM” tiene implicaciones económicas y puede influir en que una cosecha sea o
no aceptada: “En 2002, el presidente Mwanawasa de Zambia dejó perplejo al
mundo al rechazar un urgente embarque de maíz estadunidense para su
hambrienta nación, a pesar de las seguridades que le daban los Estados
Unidos, las Naciones Unidas y organizaciones no gubernamentales en el
sentido de que el maíz GM era seguro de comer y era, en realidad, el mismo
que se come diariamente en los Estados Unidos, Canadá y otros países. Pero
el presidente no era ni ignorante ni chiflado. Junto con el resto de África,
Mwanawasa estaba ante una elección realmente Hobbesiana: morir de hambre
ahora o perder en el futuro acceso a los mercados europeos de alimentos
‘GM-free’ (exigidos por los ricos). Como México ha descubierto, semillas de
los embarques de ayuda alimentaria encuentran su camino hasta los campos de
los granjeros.” ¡Bravo, Nina!
Luis González
de Alba
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