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La calle-Luis González de Alba
IMSS y sida
Publicada el 16 de
agosto de 2004
La muerte de
Felipe Rodríguez, autor de la columna “VIH diario” en la cadena Milenio,
cuando existen más de 20 medicamentos para control del VIH que han
convertido esa infección en un problema crónico, sólo puede explicarse por
el desvío de recursos en el IMSS: las cuotas que 12 millones pagan para la
atención médica de 50 millones, serían suficientes para abastecer plenamente
las farmacias del Seguro, si no se destinaran a pagar jubilaciones y
pensiones a sus propios empleados, bajo condiciones de privilegio de las que
no goza ningún trabajador derechohabiente, de los que sostienen con sus
cuotas al IMSS y no obtienen atención adecuada. Oigamos la queja de Felipe
en su última colaboración: “Otro asunto que me tiene preocupado es el
trabajo. De éste dependo para seguir consultando en el dichoso Seguro
Social, que ya ven cómo se las gasta.”
Para quien se haya infectado en el año 2000, como le ocurrió a Felipe según
la nota de Roberto Carlos Contreras, las expectativas de vida eran
semejantes a las de cualquier otro hombre de 50 años, su edad entonces.
Siempre y cuando hubiera tenido un seguimiento apropiado para su infección.
Pero en el IMSS hay cuando hay, y cuando no, pos no. Es del conocimiento
general que los fármacos para el control del VIH son de altísimo precio y,
aún peor, deben administrarse en combinaciones de al menos tres distintos
para evitar la rápida resistencia que adquiere el virus ante un solo
medicamento. Una combinación exitosa y bien tolerada por un paciente puede
ser eficaz por varios años. Cuando es necesario cambiarla no siempre es
porque haya perdido eficacia, sino porque los “daños colaterales”, como
diría Bush cuando bombardea una boda, son ya mayores que los beneficios.
Entonces el médico experto sabe que tiene a su disposición muchas otras
combinaciones alternativas. Todas son caras, pero al alcance del IMSS si las
cuotas no se destinaran a la política clientelar de sus líderes sindicales.
La gran debilidad del tratamiento es el preciso ajuste de horarios, dosis y
otras variables de fácil descontrol. Tomar dos de tres medicamentos, porque
faltó uno, como ocurre a menudo a las farmacias del IMSS, implica que esos
dos perderán el control del virus y, cuando al fin llegue el tercero
faltante (con retraso en ocasiones de meses) ya esos dos estarán derrotados
y el tercero deberá enfrentar solo la infección. Los tres son pronto
inútiles. Pero el médico no lo sabe sino cuando pide un examen de carga
viral y recuento de linfocitos. Quizá no haya tiempo de probar otra
combinación.
El médico puede ser un gran experto; el paciente paciente y ajustado a la
disciplina necesaria; pero la farmacia del IMSS hoy no tiene Videx, mañana
no tiene Viramune y pasado se le agotó el AZT. ¿Y cuándo llega? Pues no
sabemos. Ven la semana próxima. Y tampoco hay. Un mes después sí hay,
pero... ¿sabes qué? La receta ya se te venció... Se venció porque no había,
pero la presenté a tiempo, puede ser la inútil réplica. Pues sí, pero qué
quieres que haga: debes pedir otra a tu médico. Para eso el paciente debe
esperar otra cita, que le darán en varias semanas, recibir nueva receta,
llevarla a sellar de piso en piso y cuando llega a la farmacia... ya no hay,
ya no hay, se acabó la semana pasada. Y vuelta a empezar. Eso es lo que tan
afanosamente defienden los líderes sindicales porque ellos, por supuesto, no
pasan por esos laberintos.
La solución está garantizada para quien puede disponer de entre 10 y 15 mil
pesos mensuales sólo para cuidar su salud. O haya tenido la precaución de
contratar un seguro de gastos médicos privado, sí, horrible palabra,
privado, seis años antes de su infección. Le pagarán su tratamiento,
análisis, hospitalizaciones, todo. Pero, ¿quién se compra ese tipo de
seguro? Quien puede pagar la prima anual.
Y todavía la Secretaría de Salud regala a Pro Vida 30 millones de pesos,
destinados a sus campañas para prevenir la infección, que sigue viéndose
como “asunto de maricones” a pesar de los datos simples y llanos. En la XIV
conferencia internacional sobre sida, celebrada en Barcelona en 2002, se
reportó que “De los 22 millones de personas muertas de sida, menos de un
millón han sido hombres gays (...) Que alguna vez se haya debatido si
existía tal cosa como transmisión heterosexual del VIH (transmisión entre
hombres y mujeres) parece ahora una torva broma, cuando tres millones de
personas por año están muriendo de sida transmitido heterosexualmente.”
Nadie discute el derecho de quienes predican la sola abstinencia para evitar
la infección por VIH. Es un magnífico método. Lástima que ni siquiera
quienes están obligados a practicarlo por haber hecho voto de castidad ante
Dios logren siempre cumplirle al Eterno. “El problema”, dice John S. James
en AIDS Treatment News de este 25 de junio, “está en los esfuerzos,
crecientemente claros, de una minoría de religiosos conservadores por
sabotear y destruir las organizaciones que trabajan sobre el sida, y
reemplazarlas por programas dirigidos a controlar la epidemia impidiendo
tener relaciones sexuales a la gente.” El hecho más grave señalado por James
es que se están arrebatando fondos destinados a quienes han cuidado enfermos
de sida por más de 20 años y dirigiéndolos a quienes no lo han hecho nunca.
James escribe desde Filadelfia, así que el embate es global.
Una contradicción más de nuestra autodefinida izquierda es que se opongan a
leyes que harían estable jurídicamente una relación homosexual, mientras
acusan al homosexual de promiscuo. Pero, en fin, cómo habrían de tener
congruencia en aspectos más sutiles si en Oaxaca pudieron perder la
vergüenza al grado de aliarse PRD y PAN para lanzar la candidatura de un
renunciante al PRI (¡¡¡PRD, PAN y PRI juntos!!! en repugnante alianza
electorera: el poder por el poder mismo y a cómo dé lugar, y se les llena la
bocaza cuando dicen “nuestro proyecto”).
Luis González
de Alba
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