www.lavisiondelciudadano.com
La calle-Luis González de Alba
Soy un irresponsable
Publicada el 2 de
agosto de 2004
Soy un irresponsable que ha
arriesgado una demanda judicial por sugerir —sin prueba alguna—, en varias
ocasiones y en público, que Luis Echeverría “pudo estar” tras la provocación
montada contra el Ejército el 2 de octubre de 1968. Por una orden que sólo
pudo proceder del presidente de la República (y él admitió), los uniformados
rodearon la Plaza de las Tres Culturas. Ignoraban que alguien había ordenado
a otros soldados, del llamado Batallón Olimpia, llegar sin uniforme a tomar
la tribuna del mitin, instalada por nosotros en el tercer piso del edificio
Chihuahua, detener a los dirigentes y “dispersar a la multitud disparando al
aire”.
¿Cómo sabemos que los soldados de verde ignoraban esa operación doble?
Primero: lo supimos algunos desde los interrogatorios en el Campo Militar
No.1, donde nos preguntaban por qué habíamos disparado contra el Ejército.
Segundo: al recibir las primeras visitas, ya en la cárcel de Lecumberri,
algunos de quienes habían asistido al mitin relataban que los soldados les
ordenaban protegerse de los disparos procedentes de arriba y que, al
preguntar quién disparaba, los soldados respondían: “tus compañeros”. Los
uniformados suponían que habíamos sido los dirigentes quienes los habíamos
recibido a balazos. Tercero: los soldados heridos declararon al MP que
habían recibido la orden de responder el fuego luego de que “los dirigentes
estudiantiles”, o sea nosotros, les habían disparado. Conclusión: los
uniformados siempre supusieron que los civiles que disparaban desde la
tribuna del mitin eran los dirigentes estudiantiles.
Lo suponían porque ignoraban que, segundos antes, habíamos sido detenidos
por el Batallón Olimpia y que eran los miembros de éste los que disparaban.
¿Cómo lo sabemos? Algunos, porque los vimos. Pero además porque el Ejército
acertó a varios miembros del Olimpia que, heridos, declararon ante el
Ministerio Público que pertenecían a ese Batallón bajo el mando del capitán
Ernesto Gómez Tagle, que habían recibido la orden de llegar al mitin de
Tlatelolco en ropa civil, identificarse con un guante blanco en la mano
izquierda, detener a los dirigentes y dispersar el mitin “disparando al
aire”, según declara, entre otros, el teniente Sergio Alejandro Aguilar
Lucero.
Si al Ejército sólo pudo movilizarlo una orden presidencial, ¿quién mandó en
secreto al Olimpia? Bien “pudo ser” el secretario de Gobernación, he dicho
allá y acullá. ¿Pruebas? Ninguna como no sea un “me late” que no bastaría a
ningún juez para “obsequiar” una orden de aprehensión contra Luis
Echeverría. Ese era el trabajo que, se supone, iba a hacer la Fiscalía
Especial. Para latidos, llevamos 35 años de taquicardia.
Con exactamente la misma lógica sensata “nos late” que, ya convertido en
presidente, Luis Echeverría mandó disolver a balazos la manifestación del 10
de junio de 1971. ¿Por qué? Porque es un criminal. ¿Cómo sabemos que es un
criminal? Pues porque dio esa orden. Con todo, es una hipótesis verosímil,
plausible, creíble, factible, cuerda. Era lo que había que probar, porque
ante un juez no basta que las cosas sean posibles, deben quedar probadas. El
juez Ferrer McGregor, que nos sentenció hace 35 años, debe encontrarse en el
fondo del infierno por olvidar ese principio elemental del derecho: ¿era
posible que los dirigentes detenidos el 2 de octubre hubiéramos disparado
contra el Ejército? Claro que sí: estábamos en el lugar de los hechos y
pudimos desear, como dijo el presidente Díaz Ordaz, unos muertitos para
revitalizar un movimiento alicaído. Pero nunca se nos comprobó ese homicidio
tumultuario y el juez dictó sentencia en olvido absoluto de que tenía en la
mano la motivación y hasta la oportunidad, pero le faltaban las pruebas.
Para ordenar la masacre del 10 de junio, Echeverría tuvo la oportunidad (era
presidente), y pudo tener la motivación (no se me ocurre cual). Faltan las
pruebas. La Fiscalía está obligada a encontrarlas. Debe también verificar
otras hipótesis, entre ellas la que sugiere el acusado: Echeverría dijo en
1971 que los responsables habían sido “los emisarios del pasado”, expresión
codificada en lenguaje priista que, traducida, significa: “Fue el ex
presidente”. Y ahora sabemos que Díaz Ordaz pensó en cambiar de candidato
presidencial cuando Echeverría, en plena campaña, guardó un minuto de
silencio por los caídos el 2 de octubre, acto que le impusieron al candidato
los estudiantes de Morelia. No quedaron en buenos términos. Por los hechos
del 10 de junio, el presidente Echeverría acusó a Martínez Domínguez, jefe
del Departamento del DF. Y lo destituyó. Pero ante una matanza no se despide
al responsable. Echeverría debió someterlo a proceso. No lo hizo, quizá
porque no se usaba, y así se convirtió en sospechoso.
Los ciudadanos tenemos todo el derecho a sospechar lo que nos venga en gana,
y hasta a comentarlo, hacer chistes, etcétera. Pero la autoridad judicial
debe proceder exclusivamente por pruebas. Los indicios sirven únicamente
para investigar. Quienes ocupamos un espacio en un medio podemos hasta
llegar a la irresponsabilidad de dar por buenas nuestras hipótesis: porque
son nuestras nos parecen clarísimas e irrefutables, si no nos lo parecieran
no las haríamos nuestras. En países más quisquillosos en asuntos legales se
corre el riesgo de resultar perdedor en una demanda multimillonaria. Aquí
nos envían cartas.
No veo la utilidad de ordenar una matanza, ni el 2 de octubre ni el 10 de
junio. De todos los dirigentes estudiantiles detenidos en el Campo Militar
No.1 todos llegamos vivos a Lecumberri. Todos, absolutamente todos.
Teniéndonos en su poder, los genocidas no mataron a ninguno. Es como si la
Gestapo hubiera perdonado la vida a todo el gran rabinato de Varsovia. Por
eso estoy convencido, sin pruebas, de que los directamente responsables de
esas masacres criminales fueron los directamente ejecutantes: el miembro del
Olimpia que no disparó al aire, sino sobre la gente; el halcón que cambió la
vara de kendo por la metralleta.
Por supuesto es una posibilidad tan anticlimática como la que sostiene que
Digna Ochoa se suicidó o que el Titanic chocó con un simple iceberg y la
suma de pequeñas fallas lo hundió, o que Gustavo Ponce, el jugador
secretario de Finanzas del DF, no fue asesinado por la PGR. Chin.
Luis González
de Alba
|