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La calle-Luis González de Alba
Los (otros) olvidados
Publicada el 12 de
julio de 2004
Obviedad:
hasta para perdonar debe uno saber a quién perdona. Por eso los trabajos de
la Fiscalía Especial encargada de seguir las huellas a servidores públicos
que pudieron cometer delitos al perseguir delitos, son de gran importancia:
nada justifica la tortura ni el homicidio, pero éstos se agravan cuando se
cometen por quienes están socialmente encargados de evitarlos. Todo
secuestro es infame, pero nada ofende más que encontrar a un policía
especializado en el combate al secuestro formando parte de una banda de
secuestradores. Esto es: hay sin duda circunstancias que hacen moralmente
peor un delito idéntico a otro. Lo saben los jueces al dictar sentencias, lo
sentimos por intuición los ciudadanos.
Si los delitos tienen agravantes y descargos, las víctimas, por el
contrario, no pueden clasificarse en de primera y de segunda: de primera el
joven idealista envuelto en el aura mística del sacrificio, redentor, “rayo
de esperanza” a quien la Historia absolverá porque está del lado correcto.
De segunda el torvo soldado represor que merece morder el polvo al
enfrentarse a las fuerzas liberadoras del pueblo.
La Fiscalía Especial mencionada fue creada sólo para determinar los casos en
que servidores públicos, y sólo servidores públicos, y en su tarea como
tales, pudieran haber cometido delitos al enfrentar el delito. Esto es: no
podemos aceptar que un policía dispare contra el delincuente que huye
desarmado, ni que golpee a quien no se resiste al arresto, ni que torture
bajo ninguna circunstancia ni exclusión alguna: nunca. Los ciudadanos
deberíamos poder confiar, en primera instancia, en aquellos a quienes hemos
delegado la aplicación de la ley; hemos renunciado a hacernos justicia
porque comisionamos en un poder superior la acción de la ley. Cuando los
servidores públicos que pagamos para cuidarnos se pasan al enemigo, añaden a
su delito la traición. Es como ser denunciados por nuestra madre o expuestos
por nuestro secretario particular.
Del lado de quienes buscaron con las armas el cambio político que les
parecía imposible por otros medios, hubo, como siempre entre humanos, de
todo: personas honestas que siguieron la vía equivocada y criminales que lo
habrían sido en donde los pusieran: en la guerrilla, en la policía o en el
empleo común. Pero es un hecho que los extremos llaman a los extremos, y una
persona enferma de odio puede seguir el camino que primero se le abra: el
seminario, la milicia o la guerrilla. Siendo cura, ¡con qué gusto les dará
reglazos a los muchachos puñeteros! Siendo soldado estará entre quienes
disparan a la multitud aun si la orden es disparar al aire. Y siendo
guerrillero matará militantes de izquierda que no sigan el llamado de las
armas. Repito un ejemplo:
Alfonso Peralta era un joven estudiante de Filosofía que comenzó su
formación política en el grupo universitario Miguel Hernández, uno de tantos
que lo mismo organizaban un recital poético que armaban un “periódico mural”
sobre la guerra de Vietnam y las atrocidades cometidas por el ejército
estadunidense.
Tengo mala memoria, pero Pepe Woldenberg recogió en Memoria de la Izquierda
los datos precisos: “El 12 de mayo (de 1977), Alfonso Peralta, delegado al
Consejo General de Huelga del STUNAM por el CCH Azcapotzalco, fue asesinado,
en pleno día, cuando salía de su salón de clases. Quedó tendido y a quienes
lo auxiliaron al parecer les alcanzó a decir que el asesino había sido el
Piojo Blanco, de la Liga Comunista 23 de Septiembre.” ¿Qué había ocurrido?
Al salir de dar su clase, un propagandista de la Liga le entregó un volante,
Peralta comenzó a leerlo, vio que era un llamado para unirse a la guerrilla
y, con enojo, lo arrugó y lanzó al suelo. El criminal sintió que la santa
ira del pueblo lo cegaba, sacó el arma para atajar esa violencia
reaccionaria con violencia revolucionaria y lo mató de un tiro. El homicidio
de Alfonso Peralta sigue todavía impune. Doblemente impune porque nadie
exige que se aclare; triplemente impune porque ni siquiera es un héroe, como
se hace de los guerrilleros muertos. (Y sí se hace, aunque Gustavo Hirales
en el último Nexos lo niegue: es que no leyó aquí a Jairo Calixto, quien
dice que fueron como Espartaco ante Nerón... Aberración ideológica que
Hirales creía inalcanzable, con añadidura del tropezón histórico de un siglo
y pico.) Alfonso es antihéroe porque no fue detenido, como el hijo de
Rosario Ibarra, con un arma, ni haciendo guardia para secuestrar un
“burgués” y obtener fondos para “la causa”. Alfonso iba desarmado, daba
clases, y estaba contra la lucha armada, por eso la había denunciado en
asambleas escolares.
Pero no hay Fiscalía Especial para los “espartacos” que mataron militantes
de izquierda, ya no digamos policías y soldados, cuyas muertes fueron al
parecer perfectamente merecidas y sus viudas y hermanos hacen mal en
lamentarlas y más bien deberían pagar la bala que los mató, como exige el
Estado chino.
Ahora resulta que la única madre que perdió entonces a un hijo es Rosario
Inmarcesible Ibarra. En los programas que los martes conduce José Woldenberg,
la oyó el país entero declarar, con sangre fría, que ella sí “a diferencia
del ingeniero Cárdenas, habría lanzado a la gente a tomar Palacio Nacional”
(durante la crisis poselectoral del 88). En el mismo programa declara el
entonces presidente, Miguel de la Madrid, que el Ejército estaba apostado en
el interior del Palacio: la masacre de gente inerme habría sido segura con
Rosario conduciendo. Por eso Krauze, sin esa histeria que tanto éxito
mediático reditúa, agradece a Cárdenas la serenidad de esos días. Rosario
dice lo que dijo y se queda tan campante como Bejarano con su maletín de
dólares: es una vieja irresponsable y estúpida.
Una cosa es cierta: luego de 30 años los desaparecidos son cadáveres. Este
no es un país de leyes, pero es un país de chismosos y si hubiera, en alguna
mazmorra secreta, unos sexagenarios encadenados desde su juventud, lo
sabríamos porque dos generaciones de carceleros han cambiado. Hay quienes
los piden vivos y deberán esperar la trompeta de la Resurrección. Otros
queremos saber quién los mató. El PRI no debería hacer causa común con
ejecuciones extrajudiciales y más bien proclamar, como diría Zedillo, “su
sana distancia”.
GANÓ AMALIA en Zacatecas: un desmentido más para doña Marta de Tedio. Las
mujeres inteligentes llegan, con todo y machismo. Otras hacen chongos
zamoranos. Y eso no está nada mal: hay quien los exporta.
Luis González
de Alba
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