RELATOS SENCILLOS DE LA VIDA COTIDIANA
No sé usted, pero yo sigo teniendo predilección por los perros aunque los gatos no me desagradan, y es que me gusta que mi mascota se alegre de que llego a casa, que brinque, que mueva la cola y que se esfuerce en demostrar que le da gusto verme - aunque a lo mejor lo que tiene es hambre y ese es el motivo de tanta alharaca -. Los que tenemos perros creemos que el nuestro es el más inteligente, el más bonito, con mejor estampa, el que hace mejores suertes - aunque no haga nada -, el que brinca más alto, etc., aunque recuerdo una historia familiar que cuenta del perro de mi tía y que se llamaban chilaquil. Decían que no tenía forma de nada, era tan criollo y tenia tantas mezclas que su origen era un verdadero misterio, pero todos en la casa lo querían mucho. Decían que su cabeza era grande como la de un San Bernardo, el hocico medio alargado como de pastor alemán, de la misma alzada, pero delgado y tenia manchas negras y marrón, además le faltaba media patita delantera producto de un accidente, pero que lo que tenía de feo lo tenia de bravo e inteligente. Nos contaba mi papá que mi tía le ponía en una canasta dinero y un recado para el carnicero; el perro llegaba con el hombre en cuestión y esperaba su mandado y su cambio, tomaba su canasta con el hocico y regresaba a su casa con lo solicitado. ¡Que chiste!, dirán muchos de ustedes, mi perro también hace eso o el de mi vecina o uno que tenía mi papá. ¡¡¡¡ahh!!!! Pero eso no es todo. Cuentan que en el trayecto de regreso a su casa los perros del barrio – que acá entre nosotros no era muy elegante que digamos, más bien arrabalero pero folklórico - al pobre chilaquil le echaban bronca, pero él pasaba rápidamente sin hacer caso de las puyas, llegaba a casa de mi tía, dejaba su encargo y regresaba a la calle a partírsela.... ¡Perdón! A pelearse con cuanto perro lo había provocado, pues como ya les comenté líneas arriba, era de verdad bravo; terminaba sus asuntos y volvía tan campante a echarse en su tapete a los pies de mi abuela y placidamente dormía su siesta. Otra anécdota del chilaquil que nos gustaba escuchar era sobre un chavo muy altanero que siempre pasaba con su perro por la esquina del edificio donde mi papá vivía y ahí acostumbraba pararse en las tardes a platicar con algunos amigos con el chilaquil echado a sus pies. El perro de este chavo estaba entrenado para pelear o al menos de eso presumía él. Cuando los perros se veían se ladraban y querían pelearse, pero mi padre siempre sujetaba al chilaquil, consciente de su desventaja, pero un día el tipo le dijo a mi padre en tono por demás burlón: ¡Pues suelta a tu perro a ver si es tan bravo! La provocación molestó a mi papá y le dejó ir al perro. Nos cuenta que el chavo le decía: ¡Quítaselo! ¡Por favor, quítaselo! Que incluso trató de golpear al chilaquil con una cadena y mi padre lo impidió y ellos también estuvieron a punto de liarse a golpes. Por fin lograron separarlos, pero nunca le quedaron ganas ni a él y menos al perro de volverlos a provocar. El chilaquil llegó a ser un personaje legendario en mi familia pues como estas hay muchas anécdotas.
Cierto o no, la verdad no tengo por qué dudar de lo que mis mayores nos contaban, a mis hermanos y a mí nos encantaba escuchar una y otra vez este tipo de anécdotas, pero ¿Y tú? ¡Seguramente tienes una mascota que hace algo extraordinario! ¡Cuéntamelo! Nos vemos pronto.
IRMA SUSANA
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