No encontré ninguno en el que alguna persona me dijera, ¡siento estoooooo….!, ¿pero a que viene todo esto?, déjeme que le cuente.   Tuve la dicha de compartir mi infancia y mi vida con dos personas que tristemente ya no están conmigo, que fueron personas vitales, alegres, fuertes y si bien una de ellas estaba un poco enfermo, no dejaba de ser una persona muy positiva.  Estas dos personas a quien ame muchísimo, sobre todo a una de ellas ¡mi hermano!, murió de depresión.   

Déjenme les cuento la historia de Arturo, tal vez no pueda plasmar todo lo que de él quisiera decir en un solo tiempo de este espacio, pero vaya mi homenaje a alguien que influyó nuestras vidas tan positivamente. 

Nació el cuarto de seis hermanos, fue muy grande peso más de 4 kilos y estuvo a punto de llevarse a mi madre en el esfuerzo, pues nació en casa, justo un día antes de mi cumpleaños, así que compartimos el mismo signo zodiacal, era un bebé verdaderamente hermoso, de piel muy blanca, enormes ojos almendrados castaño claro bordeados de rizadas pestañas, cabello ensortijado con rayitos dorados “no muchos” y que le daban luminosidad a su carita.    

Todo transcurrió normal hasta su primer añito y de ahí mis padres se dieron cuenta que no utilizaba la mano derecha, “es zurdo” decían: pero de pronto al empezar a dar sus primeros pasos, notaron que arrastraba ligeramente el piecito derecho, se le cambiaron varias veces los zapatitos pues mis padres pensaban que le lastimaban, tal vez no querían admitir que Arturo tenía algo más grave, así que agotados todos las soluciones caseras, al fin decidieron llevarlo con un doctor pariente nuestro y  famoso pediatra en ese momento el Dr. Alfredo Espinosa, que después de varias pruebas y exámenes y al ver que nada podía hacer mando a mis padres al Hospital Infantil para que se le hicieran algunos estudios más profundos, mismos que arrojaron un terrible diagnóstico, el bebé tenía un tumor tuberculoso en el cerebro, ubicado justo atrás del oído izquierdo y que se tenía que operar de inmediato o de lo contrario Arturo moriría antes de cumplir su siguiente cumpleaños.  

En esa época  la ciencia no estaba tan avanzada ni había la precisión que existe ahora para extirpar esos tumores,  lo cual provocó que después de la operación le entregaran a mi pobre madre, prácticamente un hilachito, un pequeño de dos años con medio cuerpo paralizado, pierna y brazo derechos, amén de que debía tomar anticonvulsivos durante toda su vida, pues en las cicatrices que quedaron dentro de su cerebro se acumulaba tal energía, que al descargarse provocaban terribles espasmos en el pequeño niño, pero su carita alegre y regordeta y sobre  todo esos ojos que tenían un brillo tan especial y coqueto no se apagaban nunca.  

Así empezó el peregrinaje de mi madre, por hospitales y clínicas, pero en ese entonces solo el Hospital Infantil tenía la “tecnología” para la rehabilitación de este tipo de niños. No había teletones ni Crit’s ni nada de eso,  lo que había era demasiado caro, así que cuando nuestra abuela andaba de viaje, tres veces a la semana los otros tres hermanitos acompañábamos  a mi mamá, y mientras ella entraba a las terapias de Arturo, nosotros nos quedábamos afuera del hospital jugando en los pequeños jardines que había fuera del edificio, antes no existían tantos peligros y mi madre dándonos la bendición se metía al edificio y casi por dos horas, ahí nos quedábamos, unas veces jugando, otras haciendo tareas, etc.  

A fuerza de estas terapias y de unos aparatos espantosos que le ponían en su pierna y en su brazo empezó a caminar y a mover su brazo, pero el crecimiento en estos miembros nunca alcanzó a su cuerpo, ya de adulto tenía 15 cms. más corta una pierna y el brazo lo podía subir y bajar, pero no existía la articulación en los dedos,  lo que nunca fue impedimento para que jugara futbol, que diera abrazos y que aplaudiera contadas sus fuerzas cuando papá nos llevaba al circo.   

El morbo de la gente nos lastimaba,  pues no dejaban de verlo al caminar con ese  extraño y algo grotesco movimiento que utilizan las personas que son discapacitadas,  y si por alguna alegría o tristeza se le desataba una convulsión,  pues ya se podrá usted imaginar que tratábamos de cubrirlo para evitar que la gente se le quedara viendo, situación que sucedió en incontables ocasiones, pero ¿usted cree que Arturo se cohibía, o se molestaba?, en lo absoluto, el volteaba a ver a la gente y le dedicaba esa amplia sonrisa que tenía y que dejaba al descubierto unos dientecillos hermosos y parejos que parecían unas perlitas,  con el tiempo y por la cantidad de medicina que debía tomar, se le fueron deteriorando un poco, pero nada que no tuviera solución. Después de esos espasmos quedaba un poco atontado pero dispuesto a seguir con la diversión.  

Así llego nuestro hermano a la adolescencia y por extrañas razones o tal vez porque lo protegíamos demasiado,  nunca tuvo novia,  muchas amigas que más que quererlo lo estafaban, pero una novia, no, y lo extraño es que he  conocido gente con peores discapacidades que incluso se han casado, pero él no, y déjeme decirle que no era nada tonto,  sabía leer y termino la primaria, intentó hacer la secundaria pero fue demasiado cruel para él y por desgracia su intelecto no le daba para mucho,  lo curioso era que jugaba ajedrez, dominó, rummy y algunos juegos de cartas también   era muy bueno para hacer cuentas, eso si, tacaño como él solo, nadie lo podía hacer tonto en los cambios, porque déjeme que le cuente que era bien chambeador,  no había cosa que disfrutara más que irse a trabajar a la Tienda de Barrio, primero como empaquetador, ¿cómo le hacía?, vaya usted a saber, pero el abría las bolsas y le acomodaba su mandado perfectamente bien, no revolvía alimentos con jabones, sabía muy bien  que iba en cada bolsa, por desgracia de sus espasmos, el gerente que lo quería mucho, le pidió que ya no ayudara ahí, pues corría el riesgo de romper algo que llevaran los clientes, “nunca supimos si algo así sucedió”, me supongo que sí,  mi hermano no se quedó conforme y le pidió que lo dejara en el estacionamiento, auxiliando a los automovilistas como acomodarse y esperando su propina. 

Cuando llegaba a la casa no crea que iba  quemadito, no,  ¡llegaba negro!, pues todo el día se la pasaba a la intemperie pero muy orgulloso con  sus buenos centavos, tal vez mucha gente pensaría que lo obligábamos a trabajar, pero no era así, el no podía estar en la casa sentado, le encantaba lo que hacía y lo hacía dando todo, por eso ahora cuando voy al super y veo a los chicos que empaquetan mercancía y a los acomodadores procuro darles un poco más de lo que la gente normal les da, siento mucha tristeza cuando los veo extender su mano y la gente se aleja sin darles ni una moneda,  y pienso en las veces que Arturo le paso lo mismo, pero igual les sonreía y los despedía diciéndoles: Ándele mi joven, o ándele señorita, que Dios le Bendiga. 

No esta por de más decirles que mi pobre madre siempre se quedaba con el Jesús en la boca, esperando que le dijeran que a su hijo le había dado la pataleta y que había sucedido una desgracia,  y créame que muchas veces sucedió que  Arturo  llegaba a casa descalabrado, con la nariz rota o con la oreja casi desprendida pues por desgracia de su mal, siempre caía del mismo lado y ni las manos metía, por esta situación  fue que se le fue deformando poco a poco la nariz, la ceja y la oreja. Cuando las crisis eran muy fuertes mi madre y hermanos no lo dejaban salir a trabajar, lo que ocasionaba en Arturito unas depresiones muy fuertes y suplicas para que lo dejaran salir. Cuando estaba muy desesperado, me hablaba a mi trabajo para que intercediera por él muchas veces tuve que  enfrentarme a mi madre y hermana abogando porque dejaran salir al muchacho a trabajar. Mi argumento era que si se iba a matar, iba a suceder dentro de la casa o en alguna banqueta, así que lo mejor era que lo dejaran hacer su vida y muchas veces me funcionó, pero otras me hablaba mi hermana y me decía ¡ya lo vez! Ya regresó Arturo como Santo Cristo, ¡válgame Dios! Me prometía no volver a meterme, pero siempre caía en las súplicas de mi hermano y todo volvía a empezar.  

En su adolescencia y temprana juventud fue muy servicial y la gente abusaba de él, le pedían favores pero a veces se pasaban, cosas como “Arturo me traes mis tortillas, me vas a comprar unos refrescos, me tiras mi basura, etc., etc.,” pero cuando no tenía ganas o no podía, se molestaban con él. 

Ya en su madures se volvió un poco agresivo, algo ermitaño y huraño y si mi mamá no lo dejaba salir a trabajar (ahora se dedicaba a vender chacharitas en un tianguis), se ponía muy bravo y se le escapaba.  Lo curioso es que los últimos 3 o 4 años de su vida y sobre todo por Navidad, caía en unas depresiones muy extrañas, dormía muchísimo y dejaba de hablar por semanas, no pronunciaba palabra alguna y estaba totalmente ido. En una ocasión en que estaba yo recargada en su regazo llorando por su ausencia mental, sentí que me tocó la cabeza y me dijo ¿por qué lloras?,   y yo levantando la vista asombrada le dije ¡por ti!,  ¿es que no vez como has estado?, me miró con una cara de asombro y me dijo: ¡pero si yo estoy bien!, ¿qué es lo que me ha pasado?, él no se daba cuenta de nada…, y la verdad, que bueno que así era.  El último año de su vida esta depresión empezó muy temprano, desde septiembre de ese año y lo fue deteriorando de manera muy rápida, el médico lo visitaba con frecuencia,  a veces tenía días muy lúcidos pero otros solo dormía todo el día, había que despertarlo para darle sus alimentos, su medicina, para bañarlo y obligarlo a que permaneciera despierto. El doctor nos comentaba que había una sustancia que el cerebro produce y que él ya no lo estaba produciendo, y esa era la causa de su depresión, existían algunas pastillas que servían de sustituto a esta sustancia, pero a él ya no le funcionaban en absoluto.    El último domingo de su vida, en el mes de febrero, estuvimos todos los hermanos con él, platicándole, cantándole, tratando de entretenerlo y medio nos sonreía, medio nos preguntaba y medio nos hacía caso, pero todos creíamos que para la primavera iba a volver a sentirse bien.  El lunes muy temprano mi madre le llevo el desayuno y le dio su medicina, estaba muy bien y platicando con mi madre cuando le dijo, “mira mamá, ahí esta mi papá” que había muerto 5 años antes, mi madre le dijo, ¡no Arturo, dile que se vaya, no tiene nada que hacer aquí, voy a bajar por tu pastilla, y cuando subió, “Arturo había muerto”.   

Ahora que ya ha pasado el tiempo, esa herida a sanado un poco en todos nosotros, lo recordamos con cariño y sabemos que él esta mejor ahora y aunque alguno de nosotros tal vez nos arrepentimos de haberlo regañado por su comportamiento a veces agresivo, lo queríamos mucho, así que vaya mi homenaje a una persona que paso por esta vida y nos dio muchísimas lecciones de superación y positivismo, pues nunca se acomplejo de nada y sobre todo, nunca se quejó.

 

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