Era un día común y corriente, yo estaba cumpliendo con las sagradas obligaciones propias de mi sexo -ya sabes, lavar, planchar, hacer la comida, cuidar a los perros y sacar a los niños a pasear...¿no verdad?, es al revés, bueno ustedes me entienden- cuando suena el teléfono y me apresuro a contestarlo. “¿Hola comadrita como estás?”, “Pues yo bien, ¿y tu?”, bla, bla, los saludos de rigor y ponernos al tanto de los últimos acontecimientos de los últimos días. De pronto el asunto se pone silenciosamente solemne y mi amiga me dice: “Oye, ¿cuando nos podemos ver? Quisiera platicar contigo.” “Pues vente a tomar un cafecito, ¿te pasa algo grave?”, “No, en realidad no creo que sea grave, pero si necesito hablar” me dijo con un sonido de llanto reprimido.
Me alarmo un poco y le digo que mejor nos veamos esa misma tarde, sus niños van al club y su esposo no llega muy temprano que digamos, así que tenemos mucho tiempo para platicar. Transcurre el día y por la tarde muy puntual aparece mi amiga, que valga decirlo de paso, es una mujer madura y extrañamente soltera pues es muy guapa y preparada, alegre y con un buen trabajo; no niego que a veces he envidiado su libertad para hacer cosas, ya sabes, lo que pueden hacer las casadas y menos con hijos, sea ir a ver un espectáculo, tomar la copa, viajar, ir de compras o de fin de semana o de plano no hacer absolutamente nada, pero ya me salí otra vez del tema. Nos sentamos frente a sendas tazas de café, un cerro de galletas y bocaditos salados y el infaltable cigarrito dispuestas a la charla cuando de pronto al primer sorbo mi amiga soltó el llanto ante mi sorpresa y me apresure a preguntar “¿Qué te pasa?” sospechando lo peor; “Hay amiga, creo que ya tengo la menopausia”. ¡ups! pensé, tanto drama por eso...”Bueno si, pero yo creo que es mejor o no? ya no tienes que preocuparte porque cada mes necesites protección y podrás tener relaciones sin necesidad de tomar tanta cochinada o ponerte otro tanto...” y así solté mi perorata mientras ella solo me veía con ojos de “esta pobre no sabe ni de lo que le hablo ni lo que le espera”, y así era, solo había escuchado que si los bochornos -“unos tristes calorcitos”-, que si la depresión: -“pues si, te da por llorar, pero las mujeres lloramos por todo ¿o no?-, que te sientes vieja, fea, gorda y babosa, que nadie te quiere, que a nadie le importas -esto creo es una clase de depresión-, restándole importancia a su relato y tratando de hacerle creer que tal vez fuera otra cosa porque “además estas muy joven todavía para tener la menopausia”, a lo que me aclaro algo que yo ya sabía: “No hay edad para iniciar la menopausia, lo mismo te da a los 25 que a los 65” y que ella a sus 35 años empezaba con este problema.
“¡Vamos!” le dije, “no creo que sea para tanto, hay medicamentos”, “Si”, me dijo ella, “una carga de hormonas que hacen o que engordes, o que te salga vello, o que enflaques y en el peor de los casos te provocan hasta cáncer”. Ahora si que me asustó. “Bueno, y entonces ¿que vas a hacer?” “Pues nada amiga, ir con el doctor, que me haga mi perfil hormonal, que me sature de medicina y calmantes y hacer cita con un buen psicoanalista que me levante la autoestima y me diga todas las cosas que yo se pero a él le pagaré una buena suma para que me las repita y me haga creer que me va a curar, pero no te preocupes tanto amiga” me dijo al ver mi cara de sorpresa, “no a todas les da igual, a unas les dan los bochornos a otras las depresiones, algunas dolores de cabeza y crisis de llanto, resequedad de la piel, falta de apetito sexual, no todas tienen lo mismo”, “¿Y tu que tienes? le pregunte. “Todo”, me dijo. “¡Ay, mi madre, no inventes!” “Pues si, así es amiga, pero gracias por escucharme, la verdad es que necesitaba hablar, desahogarme y llorar un poco en compañía de alguien querido y el apapacho es muy buena medicina en estos casos, no sabes como me ha servido que me escucharas”, me dio la gracias y le pedí que por favor siempre que me necesitara me llamara, que yo estaría ahí para escucharla.
Cerré mi puerta y me quedé verdaderamente preocupada. ¡Dios! ¿Que me irá a tocar a mi de todo ese enjambre de calamidades? ¿Y si me toca sufrir todo también? ¡Ay no, por favor! ¿Se podrá hacer algo para evitarlo? Corrí a hacer una cita con mi ginecólogo lo mas rápidamente posible y al otro día me encontraba sentada en el cómodo sillón del consultorio. “¿Que le pasa?” “¡Ay doctor! Fíjese que fue una amiga y me contó que bla, bla, bla, le solté todos mis miedos y temores y el me escuchaba pacientemente. “Tiene razón en preocuparse y mucho de lo que le dijo su amiga es cierto, pero también es cierto que depende mucho de la naturaleza de cada mujer. Definitivamente es algo de lo que no se va a librar, pero por eso es necesario que asista metódicamente a hacerse sus chequeos y hacerse estudios y revisiones para que cuando el nivel de estrógenos descienda podamos sustituir por bla, bla, bla...”Si”, le dije, “pero yo se que si uno toma hormonas puede desarrollarse cáncer y eso me da mucho miedo”; me dio una explicación medio técnica con la finalidad de que yo entendiera y la verdad lo que entendí es que existen muchas posibilidades de desarrollar algún tipo de cáncer al consumir hormonas y algo que también entendí es que no hay mucho que hacer al respecto sino confiar en la buena naturaleza de cada individuo y rogar porque todos estos desagradables síntomas sean un poco mas leves. Recuerdo que alguna vez una vieja sirvienta de la casa le comentaba a mi abuela, “¡Pobre de usted, Doña Rosa! Yo nunca sentí nada de eso” al tiempo que le ponía sus chiquiadores en las sienes y le daba un jarro de chocolate en agua con ruda para las molestias. ¡Ojalá y yo sea como esa vieja Martina! ¿Y si no? ¡Pues ni modo! Me tendré que resignar a cumplir con las sagradas obligaciones propias de mi sexo, incluyendo la menopausia.