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Tacones Cercanos

Violetta Verdú
Explicación no pedida…

No, bombón… ¿cómo se te ocurre semejante tontería? (ay sí, ¿cómo se me habrá ocurrido?). De verdad que me confundes, ¡yo no soy así! Mira, te voy a decir una cosa y espero que quede indeleble en tu memoria: no sé con qué clase de personas te has juntado a lo largo de tu vida, pero me queda claro que han sido tipos con la moral muy baja. No sé cómo se te puede ocurrir que YOOO sea capaz de semejante bajeza.”

La chica —la de los tacones que le cayó a su galán en una movida gracias al facebook— se levantó del sofá y mientras chupaba una tutsi pop caminó para poner música. La chica oía el susurro de su conciencia: “Tú y tu bocota. Ahora te la fumas sola, te dejo con el problema, pero prometo volver para atormentarte”. Y se quedó en blanco, en el departamento del interfecto con quien pasó una noche genial. Pero de cara a las tres de la mañana, el ego tocó a su puerta y le comentó el asunto del facebook.

Ahí empezó su desgracia; buena parte de lo que pintaba para una noche de lucha AAA (¿o será lucha XXX?) se convirtió en una noche de explicaciones no pedidas, ergo, de culpas aceptadas…

“Al menos en la educación que a mí me inculcaron, ese tipo de cosas no se hacen. ¿Cómo se te ocurre que yo voy a salir con ella y contigo al mismo tiempo?, es decir, no digo que no lo haya hecho antes, pero a estas alturas, ¡Violetta, por favor! (¡sí, Violetta, por favor!, ¿en qué momento se te ocurrió abrir el hocico?). Ya maduré. Ya no estoy para esas cosas (¡muajá!). Mira, te voy a enseñar algo… (¡nooo, por piedad! Yo sólo quería pasármela bien, ¿ahora me tengo que recetar el álbum familiar?... sí), éste es mi álbum familiar. Este pequeñito soy yo, estoy cargando a mi hermanito y mi hermana mayor es la de la bici (¡uuy!, qué interesante, ¿cómo pude sobrevivir tanto tiempo sin ver esto?); los señores que están abrazados junto a nosotros son mis papás, ¿ves?, ¿ves cómo se quieren? (ternurita…). De esa familia vengo yo, eso es lo que espero en la vida y sé que para tenerla debo de hacer las cosas bien. Entiéndeme, si salgo contigo es porque realmente me gustas, tú no eres una mujer de una noche y tan tan… mejor dicho, yo no soy un hombre de una sola noche y tan tan (bueno, mejor ser de ‘tan tan’ a ser de ‘tan taan tan tan taan’: marcha nupcial). Quiero otras cosas… claro, en mis épocas de chamaco fui toda una oveja descarriada (¿no habíamos pasado ya por ese episodio?). En esta foto, por ejemplo, tocaba en una banda de rock, pero ya entendí que los chicos que hacen eso no saben realmente lo que quieren” (¿ah, no? Yo sé de unos tales Jagger y Richards que para no saber lo que quieren en la vida les ha ido muy bien).

La chica intentó decirle que su intención no era tenerlo en el banquillo de los acusados mientras ella se revisaba la orzuela, las uñas, veía el techo y memorizaba letras de canciones. Pero ¿cómo decírselo si el tipo estaba poseído por La Tarabilla?... la chica lo intentó: “Sí, no te preocupes, todo está bien… ¿te sirvo otro tequila?”.

“No, corazón, te lo sirvo yo, no te levantes (¡qué atento!). Cuando era adolescente mi padre me inculcó que en la vida debemos ser caballeros y tratar a las mujeres como diosas. Estábamos en la playa y una chica que quiso empujarme cayó al suelo, y aunque había sido culpa suya, mi papá corrió a levantarla. Entonces me dijo: ‘hijo, debes respetar a una mujer ante todo’, jamás olvidaré ese día” (¿aquí es donde yo me echo a llorar?).

La chica no puede más. Los ojos se le cierran, tiene una junta en seis horas y sigue oyendo las miles de razones por las cuales es una insensata, paranoica, subnormal, al creer que el individuo y la chica del facebook tienen algo que ver. “Ven a ver algo (¡ay, no!, ¡más fotos no, por favor! Ya me reventé hasta las de su bar mitzvah), a ver, si no me equivoco te refieres a esta mujer (abre el facebook y señala una foto. En efecto, es la chancluda), pues resulta que ella tuvo sus queveres con mi amigo perenganito; aquel que te conté que casi se mata un día en la carretera; quedó destrozado el pobre, recuerdo que eran como las cuatro de la mañana y me llamó desesperado. Yo estaba en mi casa, con la chica con la que vivía entonces. Porque aunque soy muy reventado soy hombre de mi casa, ¿eh?, nunca he sido de salirme de malas parrandas con los amigos, de ser infiel (te juro que sí te creo, reyecito), ir al table dance y esas cosas (no bueno, ¡canonícenlo!). Estaba en casa, te decía (¡eres mi héroe!), cuando él me habló llorando. Y mira, si hay algo que valoro casi tanto como a la pareja con la que estoy, es la amistad. Salí corriendo para ver cómo estaba. ¡Un desastre!, patrullas, ambulancias, se lo querían llevar. Estuvimos 48 horas yendo y viniendo, pero al final la cosa se resolvió (¿alguien sabe qué pasó con la chancluda?).

“… como aquel día en que descubrí que mi mujer me puso el cuerno, después de todo lo que yo había hecho por ella. Vi fotos, mensajes… (¡ay, ya casi amanece!, ¿y si paso primero a la tintorería y de ahí me voy a la junta?)… bla, bla, bla…” (¿cómo estará el tráfico en Periférico?).

En cuanto el sol salió me zafé del embrollo, muy mona le dije: “Hasta lueguito”, igual que al casado. Y de camino a mi casa me preguntaba, ¿no habría sido más fácil que me dijera que sí, que sale con ella y que si tengo algún inconveniente? ¿No habría sido más fácil ahorrarse el speech de los valores y las parejas y darme, sobre el colchón, un motivo para seguir ahí? ¿No entendió que tampoco lo quiero para el padre de mis hijos? En fin, que se quede con su discurso. Yo me iré a despedir a mi amado Pablo que se va de viaje (me deja el infeliz ¡y en mi cumpleaños!). Él es igual que todos, pero de perdis… no miente. Nos vemos en el facebook, nomás no se balconeen. Felices pasos.

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